Retrato de dama francesa

Pintado en 1864, es un óleo sobre lienzo, de 130 X 100 cm.


Ante un telón de damasco dorado y carmesí, sentada en un sillón de brazos y de más de medio cuerpo, la retratada posa con las manos entrecruzadas sobre su regazo. Viste un sencillo traje cerrado de color negro, ricamente guarnecido en los hombros y en las mangas con pasamanería y bordado antiguo negros y con cuentas de azabache. Su vestimenta está rematada por un cuello y unos puños color blanco que contrastan con el negro predominante y que en el caso del cuello, destacan el rostro de la modelo.

Casado, transmite magistralmente el dúctil juego de la luz sobre el terciopelo negro del vestido y apenas destaca unos pocos detalles secundarios, como los pendientes y los anillos de la dama o la decoración de su asiento, mediante pequeños toques de luz. El atractivo de las manos es fruto de la madurez estilística de Casado, alcanzada durante su estancia en Francia. También la blanca iluminación contrapuesta al negro del vestido, refleja el peso que el realismo del Segundo Imperio francés ejerció sobre el maestro. Sin embargo, el tratamiento del rostro, delata cierto purismo que el artista no desecharía hasta algunos años después.

Se trata del primer retrato conocido del pintor y destaca por la sobriedad de su concepción, que no tuvo mucha continuidad en sus retratos femeninos posteriores, todos ellos algo más decorativos y en algunos casos próximos al fortunysmo imperante entre 1870 y 1890. Sin embargo, el interés por la captación del personaje y la relativización del fondo, que pueden apreciarse en esta obra, se desarrollarán ampliamente a lo largo de su carrera sobre todo en los retratos masculinos, en los que subraya con estos recursos la personalidad de sus modelos, como sucede con el de Práxedes Mateo Sagasta, de 1884. El retrato de una dama francesa fue realizado en París mientras preparaba la gran composición que le consagraría definitivamente como uno de los grandes pintores de historia del siglo XIX, La rendición de Bailén, y puede considerarse el mejor ejemplo de la influencia de los modelos retratísticos franceses en la producción de Casado.

La obra plantea una relación de la figura con el espectador distinta a los usos españoles de ese momento, que mira de una forma abierta y directa al frente desde un plano muy cercano, casi de intimidad. Además, esa misma experiencia francesa fue la que indujo a Casado a acercarse en esta obra al realismo velazqueño desde la interpretación que se hacía de su arte en la capital del país vecino. Identificado con prudencia por Portela como el Retrato de Mlle. Ch. que presentó Casado a la Exposición Nacional de 1864, todo indica que en efecto pueda tratarse de esa misma pintura. La obra, seguramente, habría venido con él a España y tras el certamen público de ese año pasaría a uno de los discípulos que acompañaron al maestro en su vejez -entre los que estaba Mejía-, que fue quien lo legó con el título que hoy tiene al extinto Museo de Arte Moderno en memoria de su maestro.

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