La leyenda de la campana de Huesca o La leyenda del monje

Pintado en 1880, es un óleo sobre lienzo, de 356 X 474 cm.


Conocido tradicionalmente con el título de La campana de Huesca, probablemente sea éste uno de los lienzos más truculentos y sobrecogedores de toda la pintura española de historia, además de la última gran obra maestra que Casado del Alisal dejó en este género, realizada con toda la sabiduría de su mejor arte, en la plenitud de sus cuarenta y ocho años, siendo ya uno de los pintores de mayor prestigio de su tiempo y el flamante primer director de la Academia de Bellas Artes de Roma. Por esta circunstancia, fue en su taller de San Pietro in Montorio donde el artista concluyó el cuadro, enviándolo desde allí a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881.

La escena recoge el sangriento episodio en que Ramiro II, rey de Aragón, conocido por el sobrenombre de el rey Monje por haber sido entregado en su juventud por su padre al monasterio francés de Saint-Pons de Thomières, consuma el escarmiento prometido a los señores de Aragón que repetidamente se habían rebelado contra su autoridad, degollando a los responsables de la sublevación, entre los que se encontraban los caballeros Ferriz de Lizana, Roldán, García de Vidaura y Gil Atronillo, formando con sus cabezas en el suelo de los sótanos de su palacio el anillo de una gigantesca campana, haciendo de badajo la testa del arzobispo Pedro de Lucria, máximo responsable de la conspiración, colgada de una gruesa cuerda. Esta leyenda sería inmortalizada en varias obras de la literatura española del siglo XIX, entre las que destaca la famosa novela histórica de Antonio Cánovas del Castillo titulada La campana de Huesca, una crónica del siglo XII, publicada en 1854.

De composición tan simple como impecable ejecución, la distribución de la escena está marcada por la arquitectura monumental de la estancia, cuyo ambiente lóbrego y húmedo está espléndidamente sugerido por la entonación gris violácea de las piedras de granito. A la hora de diseñar la estancia, que se ha conservado hasta nuestros días, integrándose actualmente como una sala del Museo de Huesca, Casado del Alisal bien pudo inspirarse libremente en alguno de los grabados publicados por las revistas ilustradas de la época del escenario de la masacre. Así, la bóveda oscura del arco ciego del fondo enmarca la frágil figura del rey Monje, rodeado de las cabezas y despojos humanos que se esparcen a su alrededor, mientras que en el lado derecho de la sala, bañada por una mayor claridad, se concentran los aterrorizados nobles, amontonados en los breves peldaños de la escalera, al no atreverse a bajar ante la espectral carnicería que contemplan sus ojos desorbitados. Técnicamente, el cuadro constituye en su integridad una lección absoluta del arte de pintar, en la que Casado quiso dejar bien patente la superioridad de su maestría en este género, ofreciendo realmente en este lienzo, a pesar de su tema, una de las páginas plásticamente más ricas de toda la pintura española de historia del siglo XIX 

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