Jean Antoine Watteau

Nacido en Valenciennes en 1684, y fallecido en Nogent-sur-Marne en 1721. Es el auténtico iniciador del rococó en pintura, aun cuando no pueda ser considerado como perteneciente a tal tendencia. Debido a las peculiares características de sus creaciones y a la difusión que alcanzaron resulta el mejor impulsor de la estética francesa por un nuevo camino y uno de los artistas más fascinantes de las artes europeas. En su ciudad natal, lejos del mundo cortesano y de sus inspiraciones clasicistas barrocas a la italiana, se inclinó hacia el ambiente natural de la región: la estética flamenca y holandesa, plena de intimismo, realismo y sencillez.

Jean Antoine Watteau pintado por Rosalba Carriera.

En 1702 llegó a París y trabajó para el marchante Jean-Antoine Gersaint, ejecutando una pintura al estilo de los Países Bajos. Además, conoció los dibujos y grabados que poseía Pierre Mariette; todo ello fue conformando su mentalidad y dirigiendo su espíritu. Como resultado buscó sus fuentes de inspiración en los pintores y dibujantes franceses del pasado, como Callot o Bellange, analizando sus obras plenas de fantasía, intención y libertad tanto creativa como de ejecución, a lo que sumó su conocimiento de los bocetos de rico cromatismo hechos por Rubens, las piezas de Van Dyck e incluso muchas de holandeses.

De 1704 a 1708 trabajó en el taller de Claude Gillot, especialista en «grotescos» y en escenas de la commedia dell'arte; su influencia será decisiva en Watteau. Adscrito a la Academia en 1712 recibió allí la caracterización de pintor de «fiestas galantes». Así, a las espectaculares composiciones heroicas del grand siècle, el joven pintor opuso sus pequeños cuadros de caballete que tenían por tema asuntos galantes, escenas de teatro, algunas mitologías, elementos decorativos, motivos cortesanos -vistos desde su lado fantástico y poético- y fiestas campestres en lugares de ensueño, todo ello siempre en medio de exquisitas ambientaciones, tanto arquitectónicas como de la naturaleza, rodeadas por densas frondas o panoramas brumosos de delicada palpitación lírica, sobre cuyos escenarios flota siempre un aura de leve melancolía.

Dibujó también mucho, y su obra pintada, merced al grabado, propagó ampliamente su estilo, que tuvo eco inmediato en toda Europa, ampliado, enrarecido y empobrecido por sus numerosos seguidores e imitadores que dieron a conocer, si no la poesía de su arte, cuando menos sus aspectos formales. En muchas de sus obras el carácter narrativo de un hecho concreto desaparece en beneficio del anecdotismo ligero y gracioso al describir aparentemente asuntos intrascendentes y fantásticos. Con calculada maestría define de manera evanescente los argumentos, envolviéndolos en una imperceptible y sutil bruma que difumina los contornos hasta el punto de que ciertos elementos parecen fundirse con el paisaje frondoso y la luz penetra en forma de polvo dorado casi tangible. La elegancia de las figuras, de proporciones menudas, ricamente vestidas y finamente estilizadas se realza con el perfecto estudio de los tejidos, realizados con un virtuosismo próximo al de los pintores holandeses del XVII. La armonía de las composiciones, la belleza del colorido -entonado con refinamiento y maestría- y la captación del ambiente natural, aéreo y luminoso, se complementan para conseguir un instante de gozo profundo y fugaz, al que contribuyen con los sentimientos melancólicos que se desprenden de las actitudes, entre contemplativas y ausentes de los personajes representados. El genio de Watteau brilla a gran altura y se despliega a través de estos elementos artísticos con los que sabe crear un clima de dulce nostalgia.


FUENTE: Museo del Prado. Madrid

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