HMS Sussex de Inglaterra


El almirante sir Francis Wheeler zarpó el 17 de febrero de 1694 con una misión de hacer llegar una importante suma de dinero al duque de Saboya para luchar conjuntamente contra la Francia de Luis XI y cambiar el curso de la guerra. 

A ese galeón inglés una tormenta en el estrecho de Gibraltar jugó con su estructura al este de la roca, el 19 de febrero de 1694, zarandeándolo durante horas hasta agotarlo y mandarlo al fondo del mar, a unos 2.500 pies de profundidad (alrededor de 800 metros). El mar se tragó 560 cadáveres y unas 10 toneladas de oro y plata. 

Hasta hace dos días, la posibilidad de encontrar el Sussex era todavía un sueño borroso enredado en una maraña burocrática que enfrentaba al Gobierno y a la Junta de Andalucía con el Ejecutivo británico y el Odyssey. La compañía estadounidense, puntera en la investigación arqueológica de pecios, pactó con las autoridades británicas la búsqueda del Sussex, a cambio de recibir la mitad de lo encontrado. Pero se encontró con la oposición de la Junta de Andalucía, que impidió las operaciones en aguas andaluzas, pese al permiso inicial del Gobierno. Posteriormente un acuerdo entre los ejecutivos español y británico y los cazatesoros permitía proseguir con los trabajos. En el caso de que se compruebe la identidad del HMS Sussex, España reconocerá que el pecio, sus pertenencias y contenidos son propiedad del Reino Unido.

El 17 de febrero de 1694, el HMS Sussex, un buque de guerra con 80 cañones se prepara para levar anclas y dejar la bahía de Gibraltar. Capitanea una flota naval de 85 navíos, entre embarcaciones mercantes o militares, con destino a varios puertos en Italia, Turquía y el Levante. El almirante Francis Wheeler comanda la flota. Hecha de menos a los turcos que les acompañan, pero un oficial de Gibraltar les ha detenido y los mantiene como rehenes en los calabozos para intentar cobrar unos supuestos impuestos de anclaje al almirante. Wheeler envía a un mensajero con una nota que persuade amablemente al oficial gibraltareño: "O me devuelve a los hombres de mi flota o les libero a cañonazos". El oficial, ante tan poderosos argumentos, los deja libres y los navíos parten, pero los vientos han cambiado y no son precisamente favorables y los buques avanzan lentamente hacia su destino.

Tienen que llegar hasta el ducado de Saboya para entregar una importante suma de dinero al duque. Con esas intenciones ha salido Wheeler, el día 18, por la mañana, la brisa acaricia las velas, pero la cosa se pone fea horas después. Al caer la tarde se desata la tempestad. Los hombres se esfuerzan por mantener firmes las naves y salir de la ratonera. El capitán Hawkins da las órdenes en el Sussex, pero el pesimismo empieza a contagiarse al ver las dificultades que están sufriendo otros barcos cercanos. Avisan a Wheeler, está descansando en el camarote, pues apenas ha tenido tiempo de descansar. Bajo cubierta, la tripulación trata de impedir que los cañones del barco se suelten con el movimiento y trata de achicar el agua que no para de entrar en las galeras.

A esas horas es evidente que el barco no aguantará si no se pone remedio. Y también que el diseño del Sussex es; va sobrecargado y maniobra mal. El buque se eleva una y otra vez sobre un mar revuelto y los vientos le atacan desde el noreste y amenazan sus mástiles. El capitán Hawkins sugiere cortar el palo mayor y el almirante da el visto bueno para evitar el hundimiento. La maniobra no sale bien, el palo cae y se rompe en mil astillas que saltan en todas direcciones. Son las cuatro de la mañana del día 19 y llevan más de un día luchando contra la tempestad. En ese momento el mástil se separa totalmente del barco y cae al mar. La nave vira lejos de la costa rocosa y se dirige hacia su última parada. El casco se rompe. Muchos hombres mueren aplastados por los cañones, el Sussex, hecho un ovillo de cuerda, metal, madera y velamen, se hunde sin remedio llevándose consigo a 560 hombres, sólo dos sobreviven. El mar escupe los cuerpos contra la costa.

El cadáver de Wheeler aparece casi a dos leguas de Gibraltar. Unos pescadores españoles lo encuentran con la blusa y los calzones adheridos al cuerpo y la palidez azulada del rostro. Lo llevan sobre una tabla hasta Gibraltar donde los ingleses lo embalsaman para mandarlo de vuelta a la isla. Wheeler no pudo hacer nada para salvar al Sussex ni para cambiar el curso de la historia. El dinero nunca llegó a manos del duque. Un año más tarde, Inglaterra intentó hacerle llegar una cantidad similar, pero para entonces ya era demasiado tarde y el duque de Saboya ya había cambiado secretamente de bando y abrazado las ofertas de Francia. Su deslealtad acabó dejando la partida en tablas y franceses e ingleses siguieron disputándose la supremacía de los océanos durante siglos.


El oro sigue allí desde entonces, esperando a que alguien lo recupere. Los hombres de Greg Stemm llevan casi 10 años investigando para obtener cualquier pista que les lleve hasta el Sussex. En el camino se han encontrado 418 posibles objetivos, que una vez estudiados resultaron ser antiguos naufragios de época fenicia y romana, con más de 2.000 años. De todos ellos, sólo uno contiene cañones. Puede que sea el Sussex.


Mientras tanto, el robot del Odyssey sigue haciendo fotos del fondo marino, grabando en DVD cada una de las imágenes que almacenan luego en una enorme base de datos donde se recoge cada muestra encontrada, cada vestigio de la historia sumergida. Los científicos de la compañía siguen buscando, por las razones, que sean, nuevas señales del Sussex, a la espera de un resplandor dorado que hable de la historia del galeón inglés. Los moros que sobrevivieron al desastre, una de las fuentes más importantes de cuanto se conoce de aquella historia, relataron la historia de la altanería inglesa con un barco sobrecargado, construido para ser invencible y derrotado por el océano. El mar los dejó vivos para que contasen de lo que era capaz.

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