La Guerra dels Segadors


Muerto Felipe II, un año después, en 1599, se celebran Cortes, representando el fin de las buenas relaciones de Cataluña con la monarquía, eso a pesar de que su hijo Felipe III repartió, entre la sociedad catalana una abundante cantidad de títulos nobiliarios, y eso que contó con personajes como Pedro Franquesa, para cauterizar las heridas abiertas por los contrafueros ejecutados por la administración real, al tiempo que liquidaba viejas asignaturas pendientes, como el bandolerismo catalán.

Pero aparece en escena el conde-duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán, y la cosa se torció radicalmente. España vive una angustiosa situación económica, en las primeras décadas del siglo XVII. Olivares, entonces, se replantea la política fiscal de la Corona en términos de presión directa sobre Cataluña, pretendiendo provocar una mayor solidaridad de los catalanes con la política del rey. Es cierto que el peso de la hacienda real descargaba prioritariamente sobre los pecheros campesinos castellanos, mientras que la periferia de la Corona de Aragón asumía menor presión fiscal. Sobre esta realidad, nace un mito tendencioso: el de la Cataluña rica, egoísta e insolidaria que hicieron circular intelectuales como, Lope o Quevedo. 

A Olivares no se le ocurre más que intensificar la contribución financiera catalana, involucrando directamente a los catalanes en la guerra con Francia. Desde Cataluña esto se vió como testimonio del absolutismo castellano, insensible a los fueros y peculiaridades del régimen político y económico catalán, con lo que se vendrá a crear otro mito: el de la tiranía y despotismo militar de Castilla. El choque tras años de tensión arrastrada desde las Cortes de 1626, agregado al ejercicio desde 1639 como diputado eclesiástico de la Generalitat de Pau Claris, fue frontal en el llamado Corpus de Sangre, el 7 de junio de 1640. Ese día los segadores, trabajadores eventuales, concentrados en las Ramblas se revelaron violentamente. Fue asesinado el virrey, conde de Santa Coloma, y asaltadas casas de nobles en la ciudad de Barcelona. La revuelta social abrió paso a la revuelta política. En septiembre de 1640 se produjeron los primeros contactos de Pau Claris con la Francia de Luis XIII.

Cataluña, ante la presión militar castellana y las exigencias francesas de sumisión incondicional, no tuvo más salida que echarse en brazos de Francia. El sueño de la autonomía catalana duró solamente el mes de diciembre de 1640. El pacto con Francia de enero de 1641 garantizaba la soberanía francesa sobre Cataluña, con el compromiso de respetar las instituciones catalanas. Ese mismo mes fue derrotado en Montjuic el ejército castellano del marqués de Vélez por el ejército franco-catalán. 

La separación duró cerca de doce años. El desencanto catalán respecto a su anexión a Francia fue patente ya desde 1643, año de la muerte de Olivares. La mayor parte de la nobleza catalana optó por el exilio a Castilla. Fueron múltiples las conspiraciones desde Cataluña contra Francia y, finalmente, en julio de 1652, el ejército de don Juan José de Austria entró en Barcelona.

La experiencia fue absolutamente negativa para Cataluña y la monarquía española. Cataluña aprendió que el centralismo francés era mucho más laminador de sus constituciones y fueros que el castellano. La monarquía española aprendió que la terapia de Olivares era contraproducente y que la monarquía debía asumir el respeto a la diferencia. El llamado neoforalismo de los últimos años del reinado de Felipe IV y de Carlos II representa la voluntad de la sociedad catalana y de la monarquía de buscar escenarios de encuentro, formas de colaboración y criterios de flexibilización de los respectivos principios.

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