HMS Serpent de Gran Bretaña


    El HMS Serpent fue botado en 1887 y entregado en Marzo de 1888; tenía 73,15 metros de eslora, 10,97 de manga y 4,42 de calado con un desplazamiento máximo de 1950 toneladas. Los seis montajes de 6” se apretujaban a bordo con ocho piezas de tiro rápido, dos ametralladoras, tres tubos lanzatorpedos, dos salas de calderas, otras dos de máquinas, 475 Tm de carbón, 176 tripulantes. 

    Mientras sus compañeros de serie iban perdiendo el color negro de la flota y desfilando pintados de blanco hacia remotos parajes, el Serpent participó al menos en tres maniobras de verano entre 1888 y 1890, finalizadas estas también lo pintaron de blanco. Las pruebas del Serpent consistieron en no menos de diez pifias consecutivas de ejes, válvulas y hasta una tapa fláccida en el cilindro de alta de la máquina de babor pero, superado el habitual rodaje, las plantas de esta serie se demostraron fiables a pesar de su atípica concentración de potencia en un espacio muy reducido.

    Al Serpent le tocó relevar a su gemelo Archer en la “West Africa Station”, que comprendía desde Sierra Leona hasta el Cabo de Buena Esperanza. Aquel mismo octubre de 1890, dos compañeros de serie, el Cossack y el Brisk, participaran en la expedición encargada de incendiar la casa del Sultán de Witu, al Norte de Zanzíbar, acusado de ordenar el asesinato de nueve alemanes. 

    El capitán de fragata Harry Leith Ross, comandante del Serpent tenía la vida perfectamente resuelta, por ser el Quinto Señor de Arnage y propietario de un castillo en Escocia. En septiembre de 1890 tenía 41 años de edad, 21 de servicio, 4 en el empleo y tres meses en el Serpent. Había mandado durante cuatro años un cañonero en Australia. El más antiguo de sus tres “patanegras” era el primer teniente Greville, de 29 años de edad, hijo del contralmirante Greville y supuesto descendiente de Guillermo el Conquistador. Le seguían el teniente MacLeod, de 26 años, hijo segundón de un noble escocés con castillo, el Quinto Señor de Cadboll y el teniente Richards, compañero de promoción de MacLeod y oficial de derrota, sobrino del almirante Richards. Completaban la oficialidad un médico, un sobrecargo, tres maquinistas, un contramaestre y un artillero de torpedos. La mayoría de la dotación era de la zona Devon/Cornualles, principalmente Devonport (Plymouth), donde había sido construido el buque. En buena parte eran veinteañeros y un tercio ya estaban casados. 


    A las 13:30 del sábado 8 de Noviembre de 1890 el Serpent largó amarras como estaba previsto. La mar aumentó en l´Ouessant obligándoles a permanecer al pairo durante varias horas hasta que una relativa mejoría les permitió continuar a unos nueve nudos. El teniente de navío Galloway, comandante del cañonero HMS Lapwing que salió de Plymouth para Vigo y Gibraltar un día después que Ross, describió la travesía del Golfo como “muy desagradable”; de hecho, ante la sospecha de haber abatido muy al Este, tras descubrir tierra entre chubascos ya había decidido aproar a mar abierto hasta el amanecer cuando vio la misérrima luz de aceite de Cabo Villano. No sería el único en tener problemas durante aquel temporal pues, según Campos, el HMS Sandfly salió de Plymouth para Gibraltar un día después que el Lapwing y, antes de conseguir entrar de arribada en La Coruña, hubo de arrojar por la borda pólvora, munición y pertrechos. 

    El Serpent se dirigía a Sierra Leona con escala en Madeira. Con semejante temporal la derrota del crucero debía parecerse más a una odalisca que a una línea recta. En el siglo XIX no había forma de situarse con precisión en alta mar sin tirar de sextante, lo que te dejaba vendido cuando, un temporal cubría el cielo y había que acertar una isla sin sufrir el bochorno de pasarla de largo; tras dos días sin situación, recalar en la costa gallega habría permitido al Serpent encarar el salto a Madeira con más confianza. El día amaneció con el temporal del SW que permitía al Serpent navegar a unos ocho nudos; tras cruzarse con varios buques a las 15:30 lo hicieron con el Península, que se dirigía a Portland, intercambiando saludos. Habría sido más práctico intercambiar situaciones, porque la del mercante era mucho más “fresca”, pero no era cosa de que todo un crucero preguntara a un mercante dónde diablos estaba, así que el Serpent siguió su camino con viento del WSW, olas de más de 10 metros y visibilidad reducida por la sempiterna lluvia. 

    El capitán de fragata Ross estaba en uno de los peores lugares imaginables, y él forzosamente tenía que saberlo: una irritante cualidad de la costa gallega es que, con temporales de componente W, se crean fuertes corrientes de componente E que te abaten hacia tierra. Según el derrotero, “la práctica enseña a los navegantes la necesidad de hacer rumbos más occidentales de lo que pide la línea de costa”, advirtiendo más adelante que “en semejantes circunstancias, será, pues, escasa toda la precaución al aproximarse a la costa NW de España”. La más elemental precaución que debía haberse tomado era sondar. Hacerlo en 1890 y con mal tiempo era un auténtico fastidio pero, desgraciadamente, no consta que lo intentaran en ningún momento. 


    A las 17:16 GMT se produjo el ocaso y treinta minutos después ya era de noche, pero la luna se había puesto a las 16:32 y, con las estrellas ocultas, el Serpent quedó sumido en tinieblas. A las 20:00 entró de guardia el teniente Richards al que acompañaba en el puente el comandante que, a las 21:00, ordenó caer un poco más a estribor para separarse de una costa que intuía cercana. Cruzarse con ellos a rumbo paralelo debió indicar a Ross que iba por buen camino, pero la mala visibilidad, la presencia de corriente y la omisión de sondar fueron suficientes para arruinarle la noche. Ross intentó pasar por dentro del alcance de Villano pero la corriente terminó “colándole” a él con barco y todo hasta la cocina. A las 2230 el viento era de unos 25/30 nudos y había dejado de llover. Frederick Gould, 26 años y patrón de la lancha de salvamento y Edwin Burton estaban tumbados en cubierta cuando, hacia las 11:00, Burton notó lo que le pareció un golpe de mar más fuerte que los demás y el barco se paró. Entonces Gould vio una peña por babor y “...justo a proa una débil luz que le pareció inicialmente de un vapor”; en realidad era el faro de Villano 2,5 millas al SW, y Gould fue el único superviviente que pudo verlo. 

    El Serpent se había clavado en una laja situada unos 600 metros por fuera de Punta Boy pero, como el trecho entre la punta y el buque consistía en un roquedal bajo sobre el que rompían unas olas enormes, a efectos prácticos era como estar clavado en una trituradora. Punta Boy y la contigua Ensenada de Trece conforman un paisaje de indudable belleza, como puede llegar a ser bello un cementerio, pero es un paisaje rabiosamente hostil para quien no esté de paso. Situado entre Camelle y Camariñas, el paraje ha llegado virgen hasta nuestros días porque a lo largo de los siglos nadie quiso vivir allí. El comandante Ross intentó largarse en cuanto pudo dando atrás, pero su barco vibró sin moverse del sitio lo que, con aquella mar, significaba que estaba listo a corto plazo. Al poco, una ola levantó el crucero estrellándolo contra el fondo rocoso con un crujido que se oyó por encima del temporal.


    Gould oyó como el teniente Richards ordenaba arriar uno de los botes de babor (había dos por banda) y allá fue pero otra ola destrozó la embarcación contra el pescante arrastrando a todos menos a él, que consiguió encaramarse a cubierta durante dos minutos antes de que otra ola le barriera definitivamente. Luxon estaba destrincando un ancla en el castillo de proa cuando una ola tumbó completamente de costado al Serpent llevándoselo por la borda. En la oscuridad Luxon se agarró con fuerza a lo primero que pudo, cuando el buque volvió a adrizarse, surcó los cielos acabando agarrado en lo alto de un palo; tras bajar del palo, fue al puente para guarecerme de los hierros que golpeaban por todas partes, hasta que la siguiente ola le sacó del barco. Por su parte, Burton recibió la orden de destrincar todo lo que flotara. Trepó por la arboladura cuando el capitán dio la orden, y allí permaneció esperando. Solo pudieron disparar una bengala y un lanzacabos, inútilmente. El comandante Ross debía darse por muerto, pero no tuvo mucho tiempo para autorreproches: cuando finalmente ordenó el “sálvese quien pueda”, solo habría transcurrido una media hora desde el accidente. El destino de Burton llegó con una serie de olas que, tras arrancarle de la jarcia y vapulearle contra cubierta, le “animaron” a alejarse del barco; minutos después, tuvo la suerte de dejar de oír los gritos de sus compañeros. De 176 hombres, solo Burton, Luxon y Gould vivieron para contarlo. 

    Tras un par de horas en el agua, Burton consiguió ganar tierra en una de las calas de la Ensenada de Trece sin nada más serio que un golpe en la rodilla, y enseguida encontró a Luxon renqueando con un pie gravemente averiado. Ambos ascendieron en busca de ayuda por una ladera que todavía sigue cubierta de lo que en Galicia llaman “toxos”. La casa de la aldea de Pescadoiras a la que consiguieron llegar está a algo más de dos kilómetros de la ensenada, y que lo hicieron cuando ya alboreaba, debieron vagar en la oscuridad del monte: el pobre Burton estimó haber caminado cinco millas. Mientras tanto, Gould había recalado en un peñasco batido por las rompientes desde el que tardó horas en alcanzar un lugar adecuado para desmayarse. Burton y Luxon fueron sabiamente trasladados por sus auxiliadores a la casa del cura de Xaviña, éste mandó recado a esta población de lo que pasaba llegando hacia las 09:00 al Alcalde y al ayudante de Marina, Federico Milagros

    Alcalde y Ayudante encabezaron una partida de rescate a la que se unió Burton, encontraron a Gould vagando por el monte en un estado lamentable. Interrogado por el ayudante, el británico le suministró los datos precisos para informar a sus superiores. Cuando la partida llegó a la zona del naufragio el Serpent había desaparecido, aquel día se recuperaron tres cadáveres. El cura de Xaviña pudo hablar con los náufragos y enviar un mensajero a informar al vicecónsul británico en Corcubión, quien a su vez telegrafió a su embajada en Madrid. El emisario del ayudante Milagros no llegaría a Corcubión hasta el día siguiente por la tarde y, además, el telegrama destinado a Madrid se traspapeló por lo que el Ministro de Marina se enteró del suceso en parte por el embajador británico; durante varios días la cabeza del ayudante de Marina sería objeto de dimes y diretes entre Madrid y Ferrol. La diligencia del Padre Carrera también originó que, en la base del Serpent, el almirante de la Flota del Canal, el príncipe Alfredo duque de Edimburgo se enterara del naufragio cuando su madre (la reina Victoria) le pidió información. 

    Mientras las noticias llegaban a Inglaterra, se rescataron otros veinte cuerpos, que fueron enterrándose ampliando el cercado donde ya descansaban las víctimas del Iris. El Jueves 13 la noticia apareció en la prensa británica y, en Plymouth, multitud de familiares fueron congregándose ante la Base de Devonport a la espera de unas novedades que resultaban confusas y contradictorias hasta que, a media tarde, llegó la noticia de que solo había tres supervivientes. El Lapwing, que había llegado a Vigo el día anterior, recibió orden de dirigirse a Camariñas donde su comandante entró la mañana del Viernes 14 para dirigirse por tierra en compañía de Milagros al lugar del naufragio; asimilada la situación, el cañonero hizo un par de viajes a Corcubión para permitir al teniente de navío Galloway informar telegráficamente a sus superiores. El Mac-Mahon, un cañonero basado en Ferrol y el Condor, otro cañonero, recibieron órdenes de dirigirse a Camariñas. Los británicos también destacaron a Camariñas al vapuleado Sandfly, de arribada en Coruña aquel mismo día junto con el transporte HMS Tyne, procedente de Gibraltar con un minador a remolque y al que la Galia feroce había complicado la vida en Finisterre. El miércoles se había perdido cerca de Corcubión el carguero británico Derwentwater con el resultado de dos muertos; debió ser un temporal de órdago. 


    El Padre Carrera, persuadió a desafiar el maretón y jugarse peligrosamente el tipo recogiendo cadáveres entre las rocas so pena de acabar en las calderas de Pedro Botero. Lo cierto es que el párroco de Xaviña ha pasado a la historia como “progre” en contraposición a su colega de Camariñas, que supuestamente puso pegas a la petición del teniente de navío Halloway de consagrar el improvisado cementerio. El domingo 23 se efectuó la ceremonia religiosa por el rito católico y anglicano seguida de un acto militar con presencia de dotaciones españolas y británicas; como muestra de agradecimiento el Lapwing saludó a la bandera española con 21 cañonazos.

    Aquel mismo día la mar devolvió un buen trozo del Serpent con nueve torpedos y diversa munición en su interior que, el Lapwing recuperó el día 27; también devolvió 28 cadáveres más hasta sumar unos 100, y durante todo un mes continuó haciéndolo hasta cerrar la cuenta en 142 el día de Navidad. Para entonces una “Court of Enquiry” ya había dictaminado en Plymouth que el Serpent se había perdido por un error de navegación. El Lapwing volvería a Camariñas en marzo para trasladar el agradecimiento de la reina Victoria al pueblo y sus autoridades mediante en una carta que fue leída con la dotación formada en cubierta. La gratitud también se materializó en un reloj de oro para el alcalde, unos binoculares para el ayudante, un barómetro de mercurio para el pueblo, treinta libras para quienes colaboraron en el rescate y una escopeta de caza de dos cañones para el párroco.

    Si algo tuvo de bueno este desastre fue que, al constatarse que los tres supervivientes llevaban puesto chaleco salvavidas, se popularizó su uso. El HMS Serpent era la décima unidad de tal nombre desde 1693, pero en 1901 el torpedero HMS Viper choco contra un roquedal y su compañero el HMS Cobra se hundió tras sufrir un fallo estructural por lo que, con el Serpent aún fresco en la memoria, la Royal Navy conjuró el mal fario mandando a paseo los nombres de ofidio. Durante medio siglo los británicos atronaron la zona de Villano con salvas en honor de sus compañeros hasta que quienes les habían conocido fueron abandonando el escalafón y la maleza de Punta Boy reconquistó el ya ruinoso recinto. El “Cementerio de los Ingleses” se restauró en 1990 eliminando la división entre los 63 católicos y sus 79 compañeros; otros 31 continúan unidos por la mar.

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