Reconquista de Menorca



Tras la exitosa expedición de Richelieu a Menorca en 1754, la isla había caído nuevamente en manos inglesas en 1763, tras la firma del tratado de París. Pero Carlos III estaba decidido a reconquistarla nuevamente, para ello se alió con Luis XVI.

El día 10 de julio de 1781 los almirantes Comte D´Guichen y Lamotte-Piquet, partieron del puerto de Tolón con 25 naves con destino a Cádiz. Antes de llegar, 30 embarcaciones españolas encabezadas por el Trinidad salieron a su encuentro formando así una de las escuadras más voluminosas que jamás se adentrarían en el Mediterráneo. A Córdoba, que seguía mostrando su insignia en el Trinidad, se le encomendó la tarea de asistir a las fuerzas de asalto que tendrían que volver a hincar la bandera española en el castillo mahonés de San Felipe y dirigió la escuadra hacia el archipiélago, llegando a mediados de agosto.

El duque de Crillón, jefe de la expedición, estaba convencido de que una vez desembarcadas las tropas en la Cala Mezquita, la fuerza naval ya no sería necesaria. Por si acaso el ministro José Moñino se había preocupado de que en la flota se incluyese al Santísima Trinidad. Su porte pesó mucho a la hora de la rendición inglesa. El castillo situado a unos 800 metros de la bocana del puerto mahonés, último reducto inglés en la isla, fue atacado incesantemente por el Trinidad. Córdoba había reforzado la cubierta con cañones de a 32 libras y los torreones orientales de la fortificación quedaron demolidos en menos de cuatro horas.

En febrero de 1763, tras agotadoras jornadas, las fuerzas franco-españolas habían eliminado la resistencia inglesa en la ciudadela. El general inglés James Murray, cedió el castillo el día cinco, afirmando que sin el martilleo constante del Santísima Trinidad las posiciones inglesas en el bastión mahonés, no se hubieran rendido.


El alcance efectivo de la artillería gruesa del Santísima Trinidad era de una milla y media, el navío insignia español estaba situado a la mitad de distancia, con lo cual sus disparos infligían un daño muy serio a la fortificación, la cual apenas podía devolver el fuego por estar empeñada con la artillería francesa que sitiaba el castillo por tierra. Además, las madrugadas del 2 y 3 de febrero, Córdoba envió tres oleadas consecutivas de fuerzas desde el Trinidad que se acercaron al muelle en un movimiento convergente sobre los navíos ingleses para, finalmente, acribillarlos en la oscuridad.

Una vez izada la bandera española en el castillo de San Felipe, la flota volvió a su base en Cádiz. Pero el espionaje galo averiguó que los ingleses estaban preparando el ataque a un puerto español, probablemente El Ferrol o Vigo, con lo cual Córdoba volvió a ser comisionado para patrullar el Cantábrico. En abril de 1782, zarpaba de Cádiz de nuevo al frente de una escuadra hispano-francesa de 37 navíos y 12 fragatas que, se personaron en la cornisa cántabra a finales de ese mes.

Ante la ausencia de naves enemigas, Córdoba con el grueso de la escuadra enfiló el canal inglés, llegando al puerto galo de Brest en julio. A mediados de agosto, ya de vuelta en la costa gallega, el vigía de la cofa de trinquete del buque España, avistó varias velas al norte, a unas dos millas de la Costa da Morte. Tras ver la señal en el España, Córdoba pudo contar hasta 22 embarcaciones de pabellón desconocido, ordenando formar línea de batalla.

Esta vez, los vientos jugaron a favor de la flota de Córdoba, el convoy inglés iba tan ceñido al litoral que quedo materialmente obstruido entre el pedregoso contorno y los cañones hispano-franceses, que empezaron a expeler fuego. Dicho convoy eran parte de una columna inglesa de 7 buques de guerra y 20 transportes a las órdenes del almirante Cord, que a principios de julio de 1782 había partido de Porstmouth para llegar Newfoundland (actual Canadá).


Aquel 12 de agosto, el almirante español puso en acción las 50 bocas de fuego del costado de babor del Trinidad convenciendo al grupo de mercantes que no tenía sentido oponer resistencia. Con seis fragatas y un navío, Cord ordenó virar en redondo y arrumbar al oriente a toda vela, mientras veía como tres fragatas francesas, apoyadas por el fuego del buque insignia español, capturaba todo el convoy. La escuadra de Córdoba condujo los mercantes a su puerto base, Cádiz. Tras hacer escala en Vigo, el Trinidad volvió triunfante a la concha gaditana al frente de otra captura. Nuevamente, los gaditanos, alborozados, observaron como el titán español, entraba en la ensenada y depositaba el premio a su esfuerzo en el amarradero de la Candelaria.

Ante las acusaciones del fiscal de la corte marcial que tuvo que afrontar Cord por haber perdido el convoy, el almirante argumentó que “no había flota inglesa en condiciones de oponerse con éxito a la de Córdoba”. Además, declaró que el buque insignia español, Santísima Trinidad, al que sólo había visto en lontananza, era un “demonio marino”, muy difícil de medirse a él en una batalla en línea, pues “la altura de su borda implicaba que el fuego de la última batería interesaba el aparejo, mientras que el de las otras dos afectaba al casco de su adversario”. Cord afirmó, asimismo, que la única manera de reducir a un gigante como ése era mediante la superioridad numérica.

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