María Manuela de Portugal

PRIMERA ESPOSA DE FELIPE II



    Nacida en la ciudad de Coimbra el 15 de octubre de 1527, era hija de Juan III rey de Portugal y de  Catalina de Austria, hermana de Carlos I. Infanta de Portugal. País dedicado a la exportación de productos coloniales, que sufrió una crisis económica de enormes proporciones que le obligó a solicitar empréstitos en Castilla y en Flandes. Esta crisis económica hizo que su padre intentara ahorrarse su dote concertando su matrimonio con su tío el infante don Luis. Su educación fue supervisada por su madre, Catalina de Austria, hija póstuma de Felipe I el Hermoso y de Juana la Loca. Los años que permaneció Catalina junto a Juana en su encierro de Tordesillas marcaran su carácter, por eso intentó que sus hijos fueran profundamente religiosos y respetuosos de los sacramentos, sobre todo con el del matrimonio. Para Catalina lo más importante era que su hija hiciera un buen matrimonio y que fuera digna de las más altas consideraciones, fue precisamente por este motivo por el que convenció a su marido, Juan III, para que aceptara la candidatura de Carlos I. Tuvo gran influencia en la corte, no sólo como reina consorte sino también por su destacado papel en las decisiones del rey, tanto en materia política como económica.

    Felipe II se mostró interesado por conocer el aspecto físico de su futura esposa. Así el embajador en Portugal, Sarmiento, le envió al príncipe la siguiente descripción: "Es tan alta o más que su madre, muy bien dispuesta, más gorda que flaca, y no de manera que no le esté muy bien. Cuando era muchacha era más gorda. En palacio, ninguna está mejor que ella (…) Según sus mujeres, es muy sana y muy concertada en venille su camisa, después que tuvo tiempo para ello, que dicen que es lo que más vale para tener hijos". Su madre la describió como una persona tímida y reservada, que en raras ocasiones expresaba sus sentimientos. En palabras del mismo Sarmiento: "Dicen todos que es un ángel de condición y muy liberal. Muy galana amiga de vestir bien. Danza muy bien (…) y también sabe latín (…)".  

    En el año 1541 Carlos comunicó a su hijo, por carta, que había llegado el momento de contraer matrimonio para afianzar la dinastía con el nacimiento de un heredero. Por otro lado, el matrimonio del príncipe podía suponer nuevos apoyos para Carlos I en sus actuaciones en Alemania, además de un gran aliado en los enfrentamientos que éste mantenía con el rey de Francia, Francisco I. Otro beneficio era la entrada del dinero procedente de la dote de la novia.

    La primera candidata fue Juana de Albret, heredera del Bearne, zona situada al sur de Francia. Este matrimonio iba en contra de los intereses de Francisco I que obligó a Juana a casarse con el duque de Cléves, el enlace poco después se declaró nulo pero fue suficiente para obligar a Carlos I a renunciar a sus pretensiones en la zona.

    Fracasado el primer intento, el emperador pensó que, el doble enlace entre su heredero con Margarita de Valois, una de las hijas de Francisco I, y del heredero de Francia, el duque de Orleans, con la sobrina de Carlos I, María, hija de Fernando de Austria, podían asegurar el mantenimiento de la paz entre ambos reinos. Felipe se mostró en desacuerdo con esta idea, como opciones, Felipe barajaba dos candidatas, la primera su prima y futura reina de Inglaterra María Tudor; y la segunda candidata, su favorita, su también prima María Manuela de Portugal. Posiblemente la elección de una candidata portuguesa, pudo estar motivada por la gran influencia que tuvo su madre, la emperatriz Isabel de Portugal.

    El emperador decidió acceder a sus deseos y mandó a uno de sus hombres de confianza, Juan de Idiáquez, que ocupaba el cargo de secretario de Estado, a negociar el matrimonio del príncipe de Asturias con la hija de los reyes de Portugal. Las negociaciones se iniciaron tras la llegada de Juan de Idiáquez a Portugal, pero estas, no fueron tan sencillas como se podía esperar dadas las relaciones de parentesco que unían a ambas familias reales. Juan III era hijo de Manuel I el Afortunado y de la infanta María, hija de los Reyes Católicos y era hermano de Isabel de Portugal, madre del futuro Felipe II. Por otra parte, el emperador Carlos era hermano de Catalina de Austria, la esposa de Juan III.

    El rey de Portugal se encontraba en un mal momento, se había iniciado una grave crisis económica y se había visto obligado a pedir prestadas grandes cantidades de dinero en Castilla y en Flandes. Por este motivo había decidido casar a María Manuela con su hermano, el infante don Luis, para de este modo, evitar la dote de su hija. La intervención de Catalina de Austria fue crucial, utilizó la enorme influencia que poseía sobre su marido para que este aceptara la proposición del heredero del trono de España. No obstante existía una corriente de opinión que se oponía al enlace de María Manuela y Felipe, ya que el heredero a la corona de Portugal, el príncipe Juan, no gozaba de buena salud, por lo que en caso de fallecimiento de este, los derechos de sucesión pasarían a su hermana, lo que supondría la llegada también al trono de Felipe.

    El 1 de diciembre de 1542 los reyes de Portugal establecieron sus condiciones o capitulaciones matrimoniales, siendo aceptadas por el embajador español en Portugal, Luis Sarmiento de Mendoza, el 13 de enero de 1543. En estas capitulaciones además, se concretaba el matrimonio del príncipe heredero de Portugal, don Juan, con la hija menor de Carlos I, la infanta doña Juana. El último trámite fue la solicitud de la dispensa papal, una vez llegada, se iniciaron los preparativos. El primer paso era celebrar una boda por poderes que autorizara a María Manuela a abandonar el hogar paterno y posteriormente preparar el encuentro con su prometido y celebración de unos nuevos esponsales en territorio español.

    El matrimonio por poderes se celebró en Portugal el día 12 de Mayo de 1543. En representación de Felipe en la ceremonia, estuvo el embajador Luis Sarmiento de Mendoza. Una vez realizados los esponsales y tras algunos días de fiesta, se preparó la salida de María Manuela de su país, aplazándolo hasta después del verano para ahorrarle a la princesa incomodidades. El duque de Braganza y el arzobispo de Lisboa, acompañaron a la infanta hasta la frontera. El emperador, por su parte, eligió al duque de Medina Sidonia, Juan Alfonso de Guzmán y al obispo de Cartagena, Martínez Silíceo. El duque de Medina Sidonia, acompañado del conde de Niebla, del conde de Olivares y otros parientes, fueron los primeros en llegar al punto de encuentro. La princesa y sus acompañantes esperaban impacientes la llegada de la comitiva española en Évora. El retraso causó la indignación de los nobles portugueses, ya que para ellos se trataba de un inexplicable retraso y fue considerado como un insulto. A pesar del enfado fueron frecuentes fiestas, bailes y torneos para gran alegría de los residentes de la zona. Tras la llegada de Martínez Silíceo surgió un nuevo problema de protocolo, los portugueses, afirmaban que su misión les había sido encomendada por su rey Juan III, por lo que eran superiores en este caso a los españoles, que habían acudido en representación del príncipe Felipe, por tanto, los portugueses debían ocupar los primeros puestos en la entrega de la infanta María.

    En este momento, Silíceo, envió a negociar al hijo del Almirante de Castilla, Alfonso Enríquez, este consiguió gracias a su prudencia que se entregara a la princesa en Badajoz. Tras la lectura de los documentos que acompañaban a ambas comitivas, el duque de Braganza entregó a la infanta y posteriormente, la comitiva partió hacia Salamanca, adonde llegaron 13 de noviembre, recibiendo innumerables muestras de respeto y afecto por parte de los habitantes de la ciudad. A las nueve de la noche del día 14 de noviembre se celebró la unión de ambos príncipes; los padrinos de la boda fueron los duques de Alba. Las fiestas populares se sucedieron por todo Salamanca, por espacio de cinco días, tras las cuales, los jóvenes esposos se dirigieron hacia Valladolid. A su paso por Tordesillas, acudieron a visitar a la abuela de ambos doña Juana la Loca, la madre del emperador recibió la noticia con alegría y pidió a los jóvenes príncipes que bailaran para ella, petición que fue concedida por sus nietos.

    Los príncipes de Asturias se instalaron en la ciudad de Valladolid, en la casa donde había nacido Felipe, propiedad de Francisco de Cobos. La casa de los príncipes destacó por su extrema austeridad, a pesar de la costumbre de María de hacer costosos regalos a las gentes de su servicio. Felipe se dedicó de lleno al gobierno de los reinos peninsulares, fue en este momento cuando aconsejó al emperador que controlara sus gastos, ya que la población no podía seguir pagando sus grandes empresas. Felipe y  el secretario de Estado Francisco de Cobos, opinaban que el sistema impositivo debía mejorarse, a través de todos los medios intentaron hacer frente a los costosos gastos militares a los que estaba sometido el Imperio, vendiendo juros, arrendando impuestos y solicitando subsidios en las Cortes. A pesar de los esfuerzos la economía del imperio se desmoronaba, ni siquiera la llegada de la plata de América pudo paliar la mala situación de las finanzas del reino.

    Carlos I, preocupado porque un exceso de actividad sexual acabara con la salud de su hijo,
recordando al heredero de los Reyes Católicos, el príncipe Juan, hizo todo lo posible por limitar los encuentros entre ambos. Las presiones para que limitaran sus contactos por un lado y el deseo de que la princesa quedara embarazada, pudieron motivar la profunda frialdad con la que se trataban los príncipes. Otra explicación para el distanciamiento fue la dada por el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, interesado en desprestigiar tanto al emperador como a su heredero. Según este, Felipe II mantenía una relación incestuosa con su hermana la infanta doña Juana de Austria, otra versión posterior, del mismo personaje, habla de que Felipe II mantuvo una relación por estas épocas con una de las damas de su hermana pequeña, de nombre Isabel de Osorio. Ninguna de estas versiones ha sido demostrada. A pesar de todo se observó una mejora de las relaciones de María y Felipe, tras anunciar la princesa que se encontraba encinta. 

    En la madrugada del 8 al 9 de Julio de 1545 María Manuela de Portugal dio a luz en Valladolid a un varón, el parto fue muy doloroso y el niño nació muy débil, en honor a su abuelo recibió el nombre de Carlos, la alegría de los jóvenes padres fue inmensa. Parece que Felipe escribió inmediatamente una carta a su padre para informarle de la buena noticia. La alegría duró poco ya que cuatro días después, el 12 de julio de 1545, moría, a los dieciocho años, la princesa de Asturias. No sabemos las causas exactas que provocaron la muerte de María Manuela. La explicación popular más extendida fue que la princesa tras el parto comió un limón y esto resultó fatal para su recuperación. Como explicación más aceptable está el testimonio de un cortesano, que afirmó que la princesa tras el gran esfuerzo del parto comenzó a tener fiebre, las comadronas no actuaron con diligencia para bajar la fiebre de la princesa lo que provocó un empeoramiento de su situación. La muerte de María sumió al príncipe en una profunda tristeza, que tardó años en superar, se refugió en el trabajo y de forma inconsciente parece que se apartó de su hijo Carlos, que ya desde los primeros momentos de su infancia, dio muestras de tener graves problemas físicos y mentales.

    Los restos mortales de María Manuela fueron depositados en Granada, y en el año 1574 fueron trasladados al Real Monasterio de San Lorenzo en El Escorial, donde permanecen en la actualidad.

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