La Orden del Temple: Economía y Finanzas de la Orden


La construcción del patrimonio

La Orden del Temple nace en 1120 con un escaso patrimonio; tan sólo un solar en Jerusalén y la mezquita de al-Aqsa consagrada como iglesia que el rey Balduino II donó a los pioneros para que dispusieran de un lugar en el que poder reunirse y vivir como frailes en un convento. 

Durante los cinco primeros años no hay constancia de ninguna otra donación, los templarios pretendían vivir de las limosnas de los peregrinos. La pobreza era uno de sus normas. 

Una y otra vez la regla de 1129-1131 alude a los templarios como «los pobres Caballeros de Cristo», pero en esas fechas su patrimonio se había incrementado notablemente. Es decisiva la incorporación del conde Hugo de Champaña en 1125, lo que supuso la obtención de grandes recursos económicos y una inmejorable carta de presentación. Cuando la delegación de templarios llegó a Europa en 1128 para darse a conocer ante los reyes de la cristiandad, las donaciones se produjeron en masa, a pesar de que estos caballeros eran hasta entonces unos perfectos desconocidos.

El conde de Champaña, uno de los grandes señores nobiliarios de Europa, tuvo mucho que ver en ese aumento en las donaciones, así como sus cartas de recomendación unidas a la defensa que de esta nueva orden realizara el prestigioso e influyente Bernardo de Claraval.

A partir de 1128 las donaciones se multiplican. En Portugal, en Castilla y León, en Navarra, en Aragón, en el condado de Barcelona, en Francia, en Alemania, en Inglaterra..., por todas partes les llueven las donaciones inmuebles (castillos, tierras, bosques...) y muebles (dinero, joyas, armas, caballos...).

Nunca había ocurrido nada semejante. Los monarcas cristianos, que no habían acudido a la llamada del papa en la Primera Cruzada, lavaban su mala conciencia, y los nobles que no habían atendido la convocatoria predicada en 1095 en Clermont pretendían hacer olvidar. 

Entre 1128 y 1236 hay una verdadera catarata de donaciones al Temple; las tierras y los edificios no se podían transportar a Tierra Santa, pero las dádivas en dinero sí, y éstas se produjeron en grandes cantidades. El hijo de Hugo de Payns, del mismo nombre, abandonó el monasterio de Santa Coloma de Troyes, del que era abad, y en 1140 se marchó a Jerusalén llevándose consigo parte del tesoro que se guardaba en la abadía.

Para que la riqueza fuera mayor y más rápida, los templarios consiguieron notables exenciones fiscales del papado, y fueron eximidos del pago de casi todos los impuestos entre 1130 y 1150, además de lograr el control absoluto de los impuestos y donaciones que ellos a su vez recibían, como los derechos de sepultura en sus templos.

Entre 1140 y 1150 una gran cantidad de dinero, fruto de las donaciones en metálico o de las primeras rentas obtenidas en las explotaciones de las encomiendas, llegó a la Casa que el Temple tenía en Jerusalén. Los donativos superiores a la cantidad de cien besantes, es decir a cien monedas de oro, se enviaban directamente a la sede central, en tanto las cantidades inferiores las guardaba el comendador de la encomienda en la que se había realizado el donativo.

El Temple sabía cómo invertir el dinero, una buena parte iba destinada a la compra de bienes inmuebles (tierras, casas o tiendas), que les proporcionaran unas rentas seguras y constantes en el futuro. Entre 1150 y 1180 adquirió varios edificios y tiendas en Jerusalén, que alquilaba, al igual que las casas. El arqueólogo Adrián Boas descubrió vanas inscripciones con la letra «T» en edificios que formaron parte del mercado medieval de Jerusalén, lo que le ha hecho suponer que todas esas tiendas eran propiedad del Temple.

En Europa las inversiones se centraron sobre todo en la construcción de edificios sede de las encomiendas y en graneros para guardar las cosechas de sus tierras. Junto a ese tipo de inversiones, los templarios dedicaron una gran parte de sus ingresos a construir fortalezas en Tierra Santa, y también en Europa, y a equipar su ejército profesional de caballeros, sargentos y escuderos. Hacía falta una enorme cantidad de dinero, pues cada soldado a caballo, y lo eran los caballeros y los sargentos, necesitaba además de la montura todo el equipo militar de combate.

Pero también levantaron iglesias en Tierra Santa y en Europa. El 15 de julio de 1149, se consagró el nuevo templo del Santo Sepulcro en Jerusalén; las obras se realizaron con las aportaciones procedentes del flujo de capital de Occidente hacia Oriente gracias al excedente de las encomiendas europeas, que se denominó responsio.

Hubo incorporaciones en bloque de algunas pequeñas órdenes militares fundadas a lo largo del siglo Xll, como la del Santo Redentor de la localidad de Alfambra, en el reino de Aragón, absorbida con todas sus propiedades en 1196.

A fines del siglo XII se había producido una enorme paradoja; los templarios habían nacido con vocación de pobreza, la predicaban y hacían votos de ella al profesar en la Orden, pero el Temple era cada vez más y más rico y atesoraba más y más propiedades.


Las riquezas del Temple

En el año 1200 el Temple era la orden religiosa más rica de la cristiandad. Las encomiendas producían una gran cantidad de rentas, gracias a las cuales, en la segunda mitad del siglo XII los templarios dispusieran de considerables cantidades de dinero. En 1135 ya existen algunas operaciones de préstamo. Su prestigio, su fama de austeros y su condición de caballeros propiciaron que se convirtieran en prestamistas de reyes, de nobles y de mercaderes. Su amplia red de encomiendas les permitía convertirse en banqueros. Así, desde la segunda mitad del siglo XII los templarios tuvieron la capacidad de financiar el rico comercio que seguía fluyendo entre Oriente y Occidente.

En la casa del Temple de París se custodiaba el tesoro real de Francia desde el siglo XIII; Jaime I depositó sus joyas y las de su esposa Violante en el castillo de Monzón, como fianza hasta 1240.

Eran propietarios de una importante flota, sus barcos recalaban en los puertos de Niza, Biot, Toulon, Marsella y Barí, y en su base naval de La Rochelle. Algunos de su barcos estaban especialmente diseñados para el transporte de caballos, imprescindibles para la tarea de los templarios; los llamados huissies eran capaces de transportar hasta sesenta caballos.

Su capacidad financiera les permitió remodelar barrios enteros en París, Londres o Barcelona, donde eran propietarios de decenas de casas y de tiendas que alquilaban a particulares.

Sus ingresos eran cuantiosos, pero los templarios eran guerreros, y para ejercer su misión se hacía necesario disponer de un considerable equipo militar. Aunque eran dueños de bienes considerables, no vivían como ricos; la vida de los templarios, era bastante austera. No existen evidencias de grandes lujos. Los edificios templarios que se han conservado son sólidos pero austeros; sus castillos y sus iglesias fueron construidos con la mayor simplicidad posible, desprovistos de elementos artísticos relevantes que pudieran encarecer la obra. En algunas fortalezas se emplearon materiales costosos, como sillares de buena factura, pero se evitaron ornamentos innecesarios. Y lo mismo se hizo en las iglesias, en general son de pequeño tamaño, apenas el necesario para los hermanos del convento y del servicio. 

Ninguno inventario de las encomiendas recoge la existencia de tesoros o de joyas maravillosas. Es cierto que poseían un tesoro, del cual no existe ningún dato cuantitativo, en Tierra Santa, que se guardaba en el formidable edificio conocido como «el Temple» o «la Bóveda» en la ciudad de Acre. 

Los caballeros no tenían nada en propiedad, todo era de la Orden, de manera que, salvo casos de corrupción por lucro personal, ningún templario tenía intereses en actividades económicas privadas, de modo que todo beneficio que se obtenía era para el fondo común del Temple. Aunque alguno, como el Roger de Flor, usó el Temple en su beneficio, fue expulsado de la Orden y perseguido por ello.

La encomienda era la base de todo el sistema económico de la Orden, disponía de una capilla para la oración, una sala capitular para las reuniones del Capítulo, un edificio para morada de los hermanos, con al menos un comedor y un dormitorio, ambos espacios comunes; no faltaban las bodegas y los almacenes, algunos edificios auxiliares y cuadras y establos para el ganado y para los caballos.

Reyes, nobles y mercaderes fueron clientes del Temple, y beneficiarios de sus préstamos, como Jaime I de Aragón en la segunda mitad del siglo XIII o Felipe IV de Francia a principios del siglo XIV. Algunos reyes llegaron a entregarles como aval por un préstamo objetos veneradísimos: Balduino III, rey de Jerusalén, les ofreció la reliquia de la Vera Cruz como fianza por un préstamo.

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