Fernando II el Católico, rey de Aragón desde 1479 a 1516


    No soy un amante convencido de todas las decisiones, que en su momento, tomó la real pareja conocida como los Reyes Católicos, como tampoco las que Fernando tomó individualmente a la muerte de Isabel, pero espero, que en todo momento impere en mí la más estricta objetividad.

    Será este un relato largo, espero que no tedioso; y que sepáis perdonar aquellos pasajes que no incluya por razón de espacio. Como siempre tenéis la oportunidad de complementarlo con aquellos pasajes que os sean interesantes en los comentarios.


    Fue rey de Sicilia, como Fernando II; rey de Castilla y León, con el nombre de Fernando V; rey de Aragón, como Fernando II; rey de Nápoles, con el nombre de Fernando III y regente de Castilla y León en nombre de su hija, la reina Juana I.

    Nació en la villa zaragozana de Sos, hoy Sos del Rey Católico, el 10 de mayo de 1452, y murió en Madrigalejo, Cáceres, el 23 de enero de 1516. Apodado el Rey Católico, se trata de uno de los más poderosos monarcas de la Historia. Hijo de Juan I de Navarra y posteriormente también Juan II de Aragón, y su segunda esposa la dama castellana Juana Enríquez. Fernando no estaba destinado a reinar porque el primogénito de Juan I era Carlos de Aragón, príncipe de Viana, fruto de su primer matrimonio con Blanca de Navarra.

    Fernando nació en Sos fue porque su madre, Juana Enríquez, tuvo que salir huyendo de Sangüesa por culpa de la guerra que enfrentaba a dos facciones políticas, los agramonteses y beaumonteses, que apoyaban respectivamente al rey Juan I y a su hijo Carlos. En Sos fue acogida por la familia Sada, partidarios de su esposo, en cuya casa-palacio tuvo lugar el parto del futuro Rey Católico. Su padre esperó a que la situación bélica se calmase para hacerle bautizar en la Seo de San Salvador en Zaragoza, el 11 de febrero de 1453, casi al año de haber nacido, algo nada usual en la época.

    Poco después, partió hacia Barcelona, donde residió hasta marzo de 1457, en que partió hacia Castilla para asistir con el séquito de la corte a la firma de una paz entre Castilla y Aragón al respecto del conflicto entre agramonteses y beaumonteses. Los conselleres barceloneses se referían a él como lo infant comú, para distinguirlo de su hermano Carlos. En 1458 falleció su tío, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón y de Nápoles, su padre fue coronado como Juan II de Aragón, de forma que el 25 de julio de 1458 el infante Fernando quedó investido con los títulos de duque de Montblanc, conde de Ribagorza y señor de Balaguer, así como algunos títulos italianos en Nápoles y en Sicilia que pertenecían a la Corona de Aragón.

    Durante esta época, su relación con sus hermanos mayores, los bastardos de su padre, Juan de Aragón y Alfonso de Aragón, así como con su primo, Enrique Fortuna, hijo póstumo del maestre Enrique de Aragón, fueron cordiales. Se ha mantenido que el futuro Rey Católico no fue objeto de una cuidada educación al estilo de la época, siguiendo al pie de la letra lo expresado por el cronista Marineo Sículo, que estuvo durante los siglos XV y XVI al servicio de Fernando. Tuvo por maestros muy prestigiosos a los catalanes Miguel de Morer y Antoni Vaquer, el castellano fray Hernando de Talavera, el siciliano Gregorio de Prestimarco, el italiano Francisco Vidal de Noya y al cardenal Joan Margarit, obispo de Girona.

    El conflicto que mantenían Juan II de Aragón y su hijo Carlos de Viana, se reanudó de nuevo. Fernando se vio involucrado en el conflicto porque su padre, quería nombrarle primogénito. De aquí nace cierta leyenda negra relacionada con Juana Enríquez, a quien algunos han visto como la maquinadora del plan por el que Juan II apartó a Carlos de Viana de la primogenitura en beneficio de Fernando. El 22 de septiembre de 1461 fallecía el príncipe de Viana y un mes más tarde Fernando era jurado primogénito y sucesor real en Cataluña y en Aragón.


    Contaba ya con una casa propia donde aparecen muchos de los personajes que iban a ser claves en su reinado, como su ayo, Gaspar de Espés, su mayordomo mayor, Ramón de Espés, el camarero Diego de Torres, el tesorero Diego de Trujillo, el canciller Pedro de Santángel, el contador Luis de la Cavallería, el notario Miquel Climent, el escribano Juan Sánchez... A pesar de que fue recibido con entusiasmo en Barcelona en 1461, en marzo de 1462 el príncipe Fernando y su madre, Juana Enríquez, debieron salir apresuradamente de Barcelona para refugiarse en Girona, donde fueron cercados por las tropas del Conde de Pallars en otro de los episodios del conflicto entre los catalanes y Juan II. Se tiene a este cerco de Girona como el bautismo de fuego del príncipe Fernando, que contaba con diez años y que participó en la defensa de Girona como uno más, hasta que su cuñado Gastón, conde de Foix, llegó con tropas francesas para liberar la ciudad del asedio. Desde entonces ayudó a su padre en su lucha contra algunos nobles catalanes, destacando su victoria en la toma de Tortosa y su derrota en Vilademat contra los franceses. El 13 de febrero de 1468 fallecía su madre, el 13 de febrero de 1468, lo que significó unirse todavía más a su padre, que ya con 70 años y enfermo de cataratas, necesitaba de su hijo para continuar rigiendo con acierto los destinos de Aragón.

    En 1459, durante las conversaciones entre Enrique IV y Juan II con respecto al conflicto de Navarra, el monarca aragonés había sugerido el enlace entre Fernando e Isabel, pero el monarca castellano tenía otros planes al respecto. Después de la derrota de Vilademat, Fernando de Aragón, vio que el conflicto entre  Juan II y los rebeldes se complicaba con la entrada de Francia en su contra, decidió que necesitaba más aliados, y el matrimonio con Isabel le proporcionaría los refuerzos necesarios. Fernando ya mantenía relaciones con Aldonza Roig de Iborra y Alemany, natural de Cervera y primera amante del recientemente nombrado Rey de Sicilia.

    En enero de 1469 se firmó el Acuerdo de Cervera pactando las condiciones económicas del enlace entre Fernando e Isabel. El rey de Sicilia se puso en camino hacia Valladolid, realizando un complejo recorrido, puesto que viajó de incógnito, acompañado tan solo por los hermanos Espés, Pedro Vaca, Guillén Sánchez y su maestro, Vidal de Noya, además de Gutierre de Cárdenas y Alonso de Palencia, enviados por Isabel la Católica como legados. Ya en Castilla, un pequeño contingente de tropas al mando de Gómez Manrique le sirvió de escolta hasta Valladolid, protegiendo a Fernando de Aragón de la vigilancia ordenada por Enrique IV de Castilla, que trató de impedir la entrada del que iba a convertirse en su cuñado. Finalmente, después de haber visto a su futura esposa el 19 de octubre de 1469, la actual chancillería de Valladolid, entonces palacio de la familia Vivero, fue testigo de un enlace que se celebró casi en la clandestinidad, con pocos invitados y gracias a una dispensa papal falsificada por Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, ya que los cónyuges eran primos en segundo grado.

    Un año más tarde, Fernando de Aragón fue padre por partida doble: su esposa Isabel parió en Dueñas a la primogénita, Isabel, y casi al tiempo nació Alonso de Aragón, hijo de su amante doña Aldonza. La situación en Castilla se complicaba, Enrique IV, en Valdelozoya, había vuelto a nombrar heredera a su hija, Juana la Beltraneja, en detrimento de Isabel, a quien acusaba de haberse casado con Fernando sin su consentimiento. Fernando se retiró a Medina de Rioseco, feudo de los almirantes de Castilla, los Enríquez, sus parientes por línea materna. Poco a poco los futuros Reyes Católicos fueron granjeándose las simpatías de la nobleza castellana, sobre todo del linaje Mendoza. El príncipe Fernando inició el viaje de regreso hacia Aragón, donde, en octubre de 1472, se firmó la Capitulación de Pedralbes, poniendo fin al conflicto civil entre los catalanes y Juan II.



EL REINADO DE LOS REYES CATÓLICOS

    Fernando había dado ya muestras de su valía política, y comenzaba a vislumbrarse su capacidad militar. Su padre, Juan II, tenía 75 años y varios achaques de salud, en especial unas cataratas que apenas le permitían la visión, por lo que Fernando, fue el encargado de socorrerle en el intento de reconquistar el Rosellón y la Cerdaña al rey francés Luis XI. Durante 1473 Fernando fue recibido con honores por las antaño ciudades rebeldes, como Barcelona y Girona, y dirigiendo personalmente el asedio de Perpiñán. Sin embargo, los franceses pasaron a la ofensiva en 1474 y obligaron a los aragoneses a retirarse de las posiciones. La muerte de Enrique IV, le convertía en rey de Castilla y León, tanto el arzobispo Carrillo como Gaspar de Espés le escribieron para que se personase en Castilla de inmediato, ya que su esposa había decidido coronarse sin esperar a su marido.

    Con celeridad inusitada, el aragonés entró en Segovia en los primeros días de 1475 para llevar a cabo la Sentencia Arbitral de Segovia, por el que se constituyeron las bases de gobierno de los Reyes Católicos: ninguno de los dos ejercería el poder en solitario, siempre tras mutua concordia; Isabel aceptó que su esposo, en tanto hombre, le antecediese en la titulación, pero a cambio de que el reino de Castilla figurase antes que el de Aragón. Poco más tarde se optó por la fórmula conjunta "el rey e la reyna", para hacer alusión a la fortaleza e indivisibilidad de la recién nacida diarquía aragonesa-castellana.

    Tras la Sentencia Arbitral, Fernando podía titularse Rey de Castilla y León. La entrada en liza de los Mendoza a favor de los nuevos reyes provocó la ruptura entre éstos y su antiguo aliado, el arzobispo Carrillo, posiblemente la persona que más había trabajado para que se celebrase el enlace. Fernando recibió en Castilla la triste noticia de la toma de Perpiñán por parte de los franceses. Decidió tomar las riendas de la política castellana, acto perfectamente visible en el año 1475, cuando Alfonso V, rey de Portugal, decidió invadir Castilla para defender los derechos al trono de su mujer, Juana la Beltraneja, con quien se había desposado siguiendo las directrices del arzobispo Carrillo. Fernando dirigió personalmente el asedio de Zamora y la decisiva batalla de Toro, al mismo tiempo que, en unión con su esposa, dictaba las normas de Hermandad en las Cortes de Madrigal. Acabó triunfando no sólo sobre los portugueses, sino también sobre todos aquellos nobles que habían osado desafiar su autoridad.


    En 1478 nació el príncipe Juan, hijo varón de los Reyes Católicos, que se convertiría en heredero de ambas coronas. Pero cuando todavía se hallaba solventando los últimos rescoldos de la invasión portuguesa, le llegó la noticia del fallecimiento de su padre, Juan II, el 19 de enero de 1479, por lo que Fernando unía a las coronas de Sicilia y Castilla y León, la de la Corona de Aragón, convirtiéndose en el monarca más poderoso de su tiempo. La tradicional idiosincrasia corporativa y pactista de los reinos de la Corona de Aragón no casaba demasiado bien con el carácter rígido, autoritario y absolutista de Fernando II, que ya comenzaba a vislumbrar.

    Después de la derrota de los portugueses en la batalla de la Albuera, Fernando II de Aragón viajó hacia Zaragoza, donde fue coronado el día 28 de junio después de jurar los Fueros de Aragón. Allí permanecería durante dos meses, poniendo al frente del reino de a sus hombres de confianza, como el tesorero Luis Sánchez, el baile Juan Fernández de Heredia y a su hijo bastardo, Alonso de Aragón. Las disposiciones pactistas de las Cortes de Aragón, así como la bancarrota de la Hacienda regia, continuaron lastrando las relaciones entre Fernando y sus súbditos, quienes siempre trataron de asegurarse sus privilegios forales en contra del fortalecimiento monárquico pretendido por el rey.

    Quizá el punto de mayor fricción fuese el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en Zaragoza, a imagen y semejanza del ordenado en Castilla en 1482, siguiendo las instrucciones dadas para toda la cristiandad por el papa Sixto IV mediante su bula Exigit sinceras devotionis affectus. Procuradores y diputados se quejaron por la vulneración que este tribunal realizaba sobre los fueros, usos y costumbres judiciales del reino, pero el rey se mantuvo constante. El asesinato del Inquisidor General de Aragón, Pedro de Arbués en 1485, y los enfrentamientos entre cristianos viejos y judíos en la aljama de Zaragoza, supusieron un momento de elevadísima tensión en el reino, vencida por la incuestionable autoridad del rey, que no dudó en castigar severamente a los culpables de tan impío crimen.

    En el verano de 1479 Fernando II entró en Barcelona, el pulso entre los dos organismos más importantes de Cataluña, el Consell de Cent y la Generalitat, continuaba lastrando la política del principado por su virulencia, agravando la vida diaria con el conflicto de los payeses de remensa. El nuevo monarca, aun situando a sus hombres de confianza en la gobernación, como su primo, Enrique Fortuna, conde de Ampurias y lugarteniente de Cataluña, siempre tuvo que lidiar con la crisis catalana de finales del siglo XV. Sólo sirvieron como paliativos algunas disposiciones de Fernando II, ni siquiera los intentos de recuperación del Rosellón y la Cerdeña fueron motivo suficiente para aunar los esfuerzos de Cataluña alrededor de su nuevo rey, frustrados resultaron los intentos de Jaume Destorrent, por canalizar favorablemente los recursos económicos del principado. La política intervencionista (redreç) del Rey Católico en el nombramiento de cargos y procedimientos de elección en el Consell y en la Generalitat fue la causante de esta mala relación.

    La más plácida y feliz relación la mantuvo Fernando II con el reino de Valencia, que vivía una época de gran auge económico debido al comercio. Los nobles valencianos no dudaron en prestarle todo su apoyo en las campañas militares, mientras que sus hombres de confianza, como los Cabanilles o Diego de Torres, baile general, aseguraron la estabilidad del gobierno en las instituciones, en los años finales del siglo XV y en los primeros del XVI se asistió a una tremenda crisis económica, pues el endeudamiento para financiar las empresas de Fernando había cercenado el crecimiento del reino.

    Fernando II, como rey de Aragón, nunca se sintió cómodo entre las austeras Cortes aragonesas, de distinto funcionamiento a las castellanas y más reticentes a aceptar la voluntad real. Por esta razón, en su reino natural estableció una estrecha red de colaboradores en las instituciones. Al contrario que la política expansionista practicada por Fernando como rey de Castilla, en Aragón tuvo mucha más importancia el intentar un equilibrio entre todos los estamentos del reino, única manera de fortalecer la autoridad regia y acabar con la crisis que golpeó con fuerza a la Corona durante el siglo XV. A veces con firmeza, a veces mediante la cesión y el pacto, logró su cometido, aunque el equilibrio siempre fue precario.


    La conquista de Granada, no fue sólo uno de los pilares fundamentales de los Reyes Católicos, sino también uno de los ámbitos donde más puede observarse el ansia de Fernando II por convertirse en ese emperador que restaurase la unidad de España, perdida desde los godos. La reanudación de la empresa granadina dio a Fernando la oportunidad de arreciar la belicosidad de castellanos y aragoneses en pos de un objetivo militar común, y por otro lado, continuar obteniendo ingresos extraordinarios de sus reinos e incluso sonsacarlos a la Iglesia, so pretexto de la cruzada contra el secular enemigo cristiano. La toma de Alhama por los musulmanes en 1480 fue la chispa que encendió el conflicto, Fernando de Aragón se erigió en general de las tropas. El monarca tuvo que hace frente a un primer revés, el fracasado asedio de Loja, donde su excesivo ímpetu motivó la retirada de las tropas cristianas y la muerte de algunos famosos caballeros, en especial la de Rodrigo Téllez Girón, maestre de Calatrava.

    A partir del año siguiente las campañas cambiaron de signo: en 1483 tuvo lugar la batalla de Lucena, en la que fue hecho prisionero Boabdil el Chico, sultán de Granada, quién tuvo que aceptar un pacto con los Reyes Católicos. En 1484 fueron conquistadas Álora y Setenil, y en 1486 lo fue Loja, vengando los sucesos de 1482. Las sucesivas conquistas de Málaga en 1487, Baza y Almería en 1489 estrecharon el cerco sobre Granada, más en 1491, cuando se construyó el campamento de Santa Fe. Fernando II dirigió todos los movimientos de tropas, lo que fomentó las alabanzas a su carácter de rey justo, piadoso y extraordinario militar. No es de extrañar que el propio monarca se sintiera exultante ante el hecho de finalizar la empresa de reconquista, y de convertirse en el gran unificador de España.

    Desde el asesinato de Pedro de Arbués en 1485, la tensión entre judíos y cristianos se había elevado en el reino de Aragón, aun demostrada la inocencia de los hebreos en el magnicidio. En la Corona de Aragón los judíos mantenían un lugar importante en el comercio, pero la inmensa mayoría se había convertido, linajes de conversos se ven entre los colaboradores del rey Fernando, los Santángel, los Sánchez, los de la Cavallería. Por ello, el decreto de expulsión, con distinta versión en Aragón que en Castilla, significó el desmantelamiento de importantes juderías, algunas de honda raigambre, como las de Huesca o Tortosa. Pero Fernando II se mantuvo firme en su decisión, convencido de sus ventajas autoritarias y propagandísticas sobre su persona.

    El tercer gran hito del año 1492, es el descubrimiento de América. Su apoyo a la temeraria empresa se realizó por consejo de un nutrido grupo de sus colaboradores, como Alfonso de la Cavallería, Felipe Climent, Juan de Coloma o Gabriel Sánchez, pero fue una familia de mercaderes valencianos, los Santángel, quienes se encargaron de las vías financieras para la expedición del almirante genovés. Para prestar su apoyo a la misma, en el ánimo del rey pesó tanto la consecución de nuevas rutas comerciales, la extensión del cristianismo, que el propio Colón se encargó de presentar como ingrediente atractivo en las entrevistas que mantuvo con ambos monarcas. Una vez recibidas las noticias del descubrimiento, según lo pactado con su esposa, se apartaba de la evangelización, comercio y aprovechamiento de América a todos aquellos reinos extranjeros a Castilla, que obtenía el monopolio del Nuevo Mundo en todos sus aspectos. No se trataba de arrinconar a Aragón, sino de impedir que otras potencias marítimas, como Portugal, Inglaterra y, principalmente, Francia, compitiesen con Castilla en la consecución de beneficios americanos. A título individual, aragoneses, navarros, catalanes, valencianos y baleares participaron con las mismas condiciones que el resto de españoles en la empresa americana.

    Tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe en 1492, la popularidad de Fernando e Isabel creció, sobre todo la del Rey Católico, el gran conquistador de Granada. Pero este esplendor estuvo a punto de convertirse en tragedia debido al intento de asesinato del que fue objeto, obra de un visionario llamado Juan de Cañamares o de Canyamás, que le asestó una puñalada cuando el monarca paseaba con algunos miembros de su séquito por los alrededores de la catedral de Barcelona. Fernando pensó en un complot de alguno de sus enemigos, del que sólo se salvo por unas décimas de segundo. El revuelo armado en Barcelona no duró demasiado, pero hubo ataques entre gentes de uno y de otro reino, por ver de dónde era el autor. Finalmente, el campesino confesó que había realizado el crimen por estar trastornado y pensar que reinaría él si matase a Fernando II, aunque su enajenación mental no le libró de sufrir una aparatosa condena. En la primavera de 1493, Barcelona obsequió al Rey Católico con una de las más grandes fiestas de toda la Edad Media, con justas y torneos, invenciones y cimeras, toros, cañas y todo tipo de entretenimientos cortesanos. Todo era poco para demostrar la alegría popular emanada de la fortuna de Fernando II, ileso tras el brutal atentado.

    Ya recuperado de sus heridas, el rey de Aragón pactó con Carlos VIII la solución al pleito entre franceses y aragoneses: la entrega de los condados de Rosellón y Cerdaña, en cumplimiento de lo pactado, alcanzando así uno de los deseos más perseguidos por el monarca, como era recuperar estos territorios, perdidos durante el conflicto entre su padre y su hermano. Pero antes, se halló presente en la firma del Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal, en que ambas coronas trazaron una línea mediante la cual se repartían las áreas de influencia en los Nuevos Mundos.


    En enero de 1494, muere Ferrante I, rey de Nápoles, sucediéndole su hijo, Alfonso II el Guercho, príncipe odiado por su pueblo. Esto encendió la mecha de la intervención aragonesa en Italia, en pugna con Francia. En febrero de 1495, Alfonso II de Nápoles abdicó en su hijo, Ferrante II, con el ejército francés entrando en Nápoles, Fernando II de Aragón pudo entonces iniciar su ofensiva, al haber roto el monarca galo los pactos firmados con ocasión del Rosellón y la Cerdaña. Aliado con Venecia, Génova y el Papado, el Rey Católico tuvo en la conquista de Nápoles su punto principal de acción, si bien no dirigió las operaciones militares sino que las encomendó al Gran Capitán. A la vez dio el visto bueno a varias expediciones en el norte de África, como la conquista de Melilla en 1497. Años más tarde, con la sublevación de los moriscos de las Alpujarras granadinas, el Rey Católico se dio cuenta de lo mucho que convenían los territorios norteafricanos.

    Fernando planteó aislar a Juana, casaría con el archiduque Felipe el Hermoso; al tiempo que Isabel, que enviudó en 1491 de Alfonso de Portugal, volvió a casarse en 1497 con Manuel I, nuevo rey luso, manteniendo así la alianza. Pero una cadena de muertes dio al traste con estos planes: Juan falleció en 1497, mientras que Isabel lo hizo en 1498, en Zaragoza, justo en el momento en que Fernando II trataba por todos los medios de que las Cortes de Aragón la jurasen como heredera. El hijo de Isabel, el príncipe Miguel, que había sido jurado como heredero, falleció en 1500, dando al traste con los planes de sucesión. El Rey Católico reaccionó ante estas adversidades mediante nuevos pactos: atado el emperador con el enlace entre Felipe y Juana, que se convertían en herederos de Castilla, la infanta María sustituyó a su hermana Isabel como esposa de Manuel I de Portugal en 1499, mientras que la pequeña, Catalina, fue prometida al príncipe Arturo de Gales, heredero de Inglaterra. La victoria del Gran Capitán en Ceriñola en 1503 ante los franceses, le permitió coronarse como Fernando III de Nápoles, y supuso un motivo de alegría durante estos oscuros tiempos.


MUERTE DE ISABEL Y BODA CON GERMANA DE FOIX

    Después de una grave enfermedad que deterioró su salud, el 26 de noviembre de 1504 falleció Isabel I de Castilla en el castillo de La Mota, de Medina del Campo. El rey Fernando se dolió muchísimo de esta muerte, pues guardaba un profundo sentimiento por su esposa, con la que llevaba casado treinta y cinco años. Muerta Isabel I, los herederos de Castilla y León, con todo el imperio colonial americano, pasaban a ser de su hija Juana, casada con el archiduque de Austria, Felipe el Hermoso, un yerno incómodo que ya en 1498 había intentado diversas maniobras para ceñir la corona castellana. El rey Fernando intuyó el peligro de la sucesión en la Corona de Aragón, que podría acabar en manos de Juana y de su marido, o del hijo de ambos, por lo que, pese a sus 52 años de edad, no tuvo reparos en casarse en segundas nupcias con una princesa de 18 años, que pudiera engendrar hijos para que fuesen enseguida reconocidos como herederos de Aragón. La dama elegida fue Úrsula Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, en virtud del Tratado de Blois, firmado el 12 de octubre de 1505 y mediante el cual, a través sobre todo del citado matrimonio, Fernando el Católico se aseguraba una tregua con sus antaño enemigos galos que iba a servir para acometer una reorganización interna de sus territorios ibéricos y mediterráneos.


    Gracias a una cláusula testamentaria de la reina Católica, Fernando II quedaba investido como regente de Castilla en ausencia de Juana, situación que se dio entre la muerte de Isabel I en noviembre de 1504 y la llegada a la península de Juana I y Felipe I, en abril de 1506. Esta primera regencia fue harto difícil y siempre estuvo bajo sospecha: al aragonés los castellanos siempre le reprocharon que utilizase los recursos económicos de Castilla para financiar las empresas militares de Aragón en el Mediterráneo. Además, la celebración de la boda con Germana de Foix, apenas un año después de enviudar, fue tomada con desagrado por los castellanos porque, en su opinión, se había faltado a la memoria de la reina Católica con semejante enlace nupcial, celebrado en Dueñas el 15 de marzo de 1506. Fernando se entrevistó con su hija Juana y con su yerno Felipe en las cercanías de Villafáfila (Zamora), en ella se pactó un traspaso de poderes basado en la legalidad, cediendo la corona castellana a sus legítimos posesores. Sin embargo casi toda la nobleza castellana le dio la espalda para causar grata impresión a Felipe I.

    Únicamente el duque de Alba, el conde de Haro y el almirante de Castilla, unidos a él por lazos familiares, permanecieron leales. Después de Villafáfila, Fernando II emprendió viaje hacia Nápoles con la reina Germana. Tras la muerte de Isabel I, las relaciones entre Fernando II y el Gran Capitán no pasaban por un bueno momento, y el monarca quiso asegurarse de la posesión de sus tierras italianas aun a costa de tomar una medida impopular, como era la de apartar a Gonzalo Fernández de Córdoba del mando napolitano y sustituirlo por nobles y burócratas aragoneses de su entera confianza. Esta caída en desgracia de Gonzalo Fernández de Córdoba ante el rey fue uno de los motivos, del descenso de popularidad del Rey Católico en Castilla. La entrada real en Nápoles el 1 de noviembre de 1506, acompañado de la reina Germana y con todo el ceremonial inherente a la propaganda ideológica de la dominación aragonesa de Italia, significó un hito de importancia en la madurez del tercer rey de Nápoles llamado Fernando.

    Estando en Génova, Fernando recibió la noticia de la muerte de su yerno Felipe, acontecida el 25 de septiembre de 1506. El inesperado suceso le obligó a improvisar sobre la marcha, pues aunque Italia era de su máxima preocupación, los mensajes que llegaban sobre Castilla eran alarmantes, dada la profundísima depresión en que cayó la reina Juana tras la muerte de su esposo. Fernando nombró como virrey de Nápoles a su sobrino, Juan de Aragón, conde de Ribagorza, emprendiendo el camino de regreso hacia España. Llegados a Valencia en julio de 1507, dejó a su mujer, como gobernadora de Aragón y cabalgó hacia Castilla, alcanzando al cortejo fúnebre que trasladaba el cadáver de Felipe hacia Granada en la villa de Tórtoles de Esgueva (Burgos). Allí, el 29 de agosto de 1507, Fernando II pudo por fin ver a su hija; seguramente fue un momento poco agradable para Fernando al comprobar que la depresión hacía que Juana fuese inviable como reina de Castilla, la facción borgoñona, encabeza por don Juan Manuel, valido del difunto Felipe, intentó anular la cláusula testamentaria de Isabel I e impedir que Fernando II fuese regente de Castilla por la incapacidad de Juana, no dudando incluso en intentar secuestrar al infante Fernando, hijo de Juana y Felipe. El Rey Católico pactó una alianza con Maximiliano, mediante la cual quedaba investido como regente a cambio de comprometerse a respetar los intereses del heredero, el príncipe Carlos de Gante, residente en Bruselas. Con la anuencia de su hija Juana y del emperador Maximiliano, Fernando II comenzó su segunda época como regidor de los destinos de Castilla, aunque algunos nobles, como el duque de Nájera o el marqués de Cenete, se resistieron hasta 1509, año en que con la definitiva residencia de Juana en Tordesillas, a cargo de Mosén Luis Ferrer, estrechísimo colaborador del Rey Católico, la Historia parecía pasar página sobre los truculentos sucesos anteriores y comenzar una nueva etapa. Las Cortes de Madrid de 1510 marcaron la puesta en escena de la regencia de Fernando, caracterizada por la reanudación de la tradicional política expansionista castellana.

    Fernando de Aragón, a sus 57 años en 1509 volvió a plantear una empresa de altos vuelos: la conquista de África. Para ello contó con la ayuda del Cardenal Cisneros, nuevo hombre fuerte de Castilla. Como paso previo de una gran contra los turcos, las tropas castellanas, conquistaron Orán. A continuación la armada castellano-aragonesa dirigida por Pedro Navarro, conde de Oliveto, conquistó Bugía y Trípoli, logrando el vasallaje de Argel. Fernando el Católico llega a pensar incluso en acceder a Chipre y conquistar Alejandría, para después atacar a la propia Estambul, capital del sultán Bayaceto II. Pero la derrota de los españoles en Djerba en 1510 y la convocatoria de Cortes de Aragón en Monzón, paralizaron los planes de conquista africana. En Monzón, el rey logró la concesión de una elevada cantidad de dinero para financiar sus empresas.

    De 1510 a 1516 las desgracias parecían acumularse: aunque en 1511 Fernando el Católico logró la firma de una Liga entre Castilla, Aragón, el Papado, Venecia e Inglaterra con objeto de asegurar su dominio del sur de Italia, en 1512 los franceses infringieron una severísima derrota a las tropas de la Liga en la batalla de Rávena, lo que obligó a Fernando II a replantearse volver a enviar al Gran Capitán a tierras napolitanas, aunque finalmente se echó hacia atrás. La muerte del Gran Capitán en 1515 coincidió con la victoria del rey de Francia, Francisco I, en el Milanesado, lo que abrió de nuevo la conflictividad en Italia.

    El reino de Navarra, que era propiedad de Juan II, pasó a la muerte de éste a Leonor de Aragón, hermana de Fernando, casada con Gastón de Foix; a la pronta muerte de Leonor a los 24 días de ser coronada, fue su hijo Francisco el Efebo. A la muerte de éste en 1483, le sucedió su hermana Catalina, también sobrina de Fernando el Católico pero casada con Juan de Albret, pariente del rey de Francia. Los conflictos entre Fernando II y Francia repercutieron negativamente en el reino pirenaico, hasta el punto de hacer insostenible la tradicional situación navarra de puente entre España y Francia. En 1507, en unas escaramuzas alrededor de la fortaleza de Viana dentro del inacabable conflicto entre beaumonteses y agramonteses, había muerto Cesar Borja, hijo del Papa Alejandro VI, cuñado del rey Juan de Albret y enemigo odiado por Fernando el Católico, ya que ambos se habían enfrentado en las guerras de Italia.

    La cuestión navarra estalló en el verano de 1512, los ejércitos castellanos, capitaneados por el Duque de Alba, penetraron en el reino y tomaron Pamplona, obligando a los Albret a exiliarse hacia Francia. Entre 1513 y 1515 se verificó la incorporación de Navarra a los territorios dominados por Fernando II, que se convertía en el unificador de las Españas, en el más grandioso monarca de la Historia, pues había conseguido completar la unidad visigoda rota por los musulmanes en el año 711.

    El Rey Católico, en el caso de Navarra, se decidió por su incorporación a Castilla para evitar a Francia, para que jamás volviese a estar bajo influencia francesa. Esta decisión encontró sus apoyos en la época (sobre todo los beaumonteses), pero también contó con sus detractores (los agramonteses), que reaccionaron llamando al monarca Fernando el Falsario. Faltos de un acuerdo entre todas las partes afectadas, habrá que contentarse con considerar a Navarra como la última gran empresa realizada por Fernando el Católico, pues sus días estaban próximos a finalizar.


LA MUERTE DEL PODEROSO REY

    En 1509 Germana de Foix, dio a luz un hijo de Fernando el Católico, al que se llamó Juan en homenaje a su abuelo paterno; sin embargo apenas sobreviviría unas horas. El interés del monarca por engendrar hijos constituyó la mayor preocupación en sus últimos años. Para conseguir tal fin, el rey llegó a ingerir un preparado con supuestos efectos vigorizantes, que, a decir de algunos, le fue suministrado por la propia reina Germana. La poción obtuvo un resultado opuesto al pretendido, de forma que no sólo no sirvió para engendrar hijos sino que lastró gravemente la salud del rey en su último lustro de vida. La hidropesía o gota, enfermedad proclive a causar muertes por lo abusivo de su dieta, se vio agravada por la presencia de pústulas (cámaras), culpables con casi total seguridad de la desfiguración de su cuerpo. Con respecto a la caída de la quijada, se trata de parálisis parcial del sistema nervioso, producto de un problema cardiovascular agudo. A los 63 años de edad, el monarca sufría las consecuencias de una vida plagada de excesos en todos los sentidos.

    Fernando II tenía previsto pasar la primavera de 1516 en Andalucía, iba a supervisar la formación de una flota para reanudar la empresa norteafricana; pero a su paso por Extremadura, se sintió muy enfermo y se hospedó en Madrigalejo, una humilde villa que fue testigo de su muerte, el 23 de enero de 1516, al igual que otra humildísima villa, Sos, lo había sido de su nacimiento. En su testamento pidió ser enterrado en la capilla real de Granada, junto a su esposa la reina Isabel I, tuvo la tentación de nombrar heredero al infante Fernando en detrimento de Carlos, ya que Fernando se había criado en la Península Ibérica y no en Flandes. En cuanto a la gobernación, el cardenal Cisneros quedaba nombrado regente de Castilla y León, mientras que su hijo ilegítimo, Alonso de Aragón, Arzobispo de Zaragoza, lo sería de la Corona de Aragón hasta la llegada de Carlos de Gante, heredero de ambos tronos. En las disposiciones testamentarias incluía un fuerte patrimonio para el infante Fernando, así como aconsejaba al futuro Carlos I que cuidase de su viuda, la reina Germana. Y de esta forma humilde, austera y cristiana, acabó sus días el más poderoso de los monarcas del Renacimiento.

    Maquiavelo opinaba de él que era un gobernante sagaz, astuto, experto en la negociación, ávido de recursos y que jamás dudaría en obtener beneficio político a costa de sacrificar cuantos ideales fuesen menester. Hay mucho de cierto, sobre al adueñarse de la bandera religiosa para su propio provecho, siempre tuteló a las órdenes militares utilizando sus recursos, militares y económicos, en las guerras de Granada y de Italia. En 1506, al trasvasar los poderes a Felipe y Juana, puso especial empeño en mantener para sí la administración de las órdenes militares.

    En otra de las cosas en que fue pionero el Rey Católico fue en la multifuncionalidad de su modelo de gobierno, de tan gran utilidad para los Habsburgo para dirigir la marcha de la España imperial de la Edad Moderna. No es de extrañar que, como se dice, su bisnieto Felipe II, al observar el retrato de Isabel I y de Fernando II, exclamase "A ellos se lo debemos todo". Partiendo del sistema castellano del Consejo Real, Fernando el Católico fue añadiendo Consejos para cada uno de los asuntos a tratar: Órdenes Militares, Indias, Aragón... El sistema fue copando las decisiones que antaño tomaban las Cortes, y supuso apartar a las ciudades y a la burguesía urbana de los asuntos de gobierno. Fue un monarca con una inmensa creencia en la potestad absoluta del rey sobre leyes e instituciones, iniciando el camino hacia el autoritarismo absolutista de las monarquías de la Edad Moderna. Se da la circunstancia de que Fernando era de Aragón, la más pactista de las monarquías hispanas, con cuyas autoridades tuvo más de un altercado debido a este carácter autoritario.

    A Fernando de Aragón siempre se le ha visto como un príncipe austero, al que la caza y los juegos ocupaban sus momentos de ocio. Es indudable que el monarca gustaba de la caza, bien fuese cinegética o bien de caza mayor, a lo largo de su vida gastó cantidades de dinero en halcones, ballestas, paramentos, armas y oficiales del deporte de ocio caballeresco por excelencia en la Edad Media. No descuidó el mecenazgo cultural, demostrando la labor de gran patrono de la Capilla Real Aragonesa, una de las entidades musicales de mayor impacto en el temprano Renacimiento. También es sabido su intercesión a favor de las universidades, a las que protegió y fomentó su expansión, tanto en Castilla como en Aragón.

    La descendencia de Fernando de Aragón fue copiosa, pues tuvo diez hijos, entre legítimos e ilegítimos. De su matrimonio con Isabel I la Católica nacieron, en primer lugar, Isabel, princesa y reina de Portugal (1470-1498); el príncipe Juan (1478-1497); Juana, reina de Castilla y León (1479-1555); María, reina de Portugal (1482-1519); y Catalina, reina consorte de Inglaterra (1485-1536). No se sabe muy bien cuál fue la relación paternal de Fernando sobre sus hijos; dada la habitual separación por sexos de la educación en la época medieval, sus hijas se criaron en la corte castellana y fue la reina Isabel quien más se ocupó de ellas. En el caso del príncipe Juan, sí debió de ser Fernando el Católico un modelo y estímulo en su educación, con quien seguramente compartiría algunas veladas en su formación caballeresca y militar. Y, por supuesto, el monarca sintió muchísimo la muerte de su hijo y heredero, no sólo por los problemas que representaba desde la perspectiva política, sino por la intrínseca desgracia de un padre que pierde a su vástago.

    La verdad es que Fernando II de Aragón, mantuvo actitudes de cariño hacia su esposa, hacia sus hijos, y, por supuesto, hacia sus nietos. Se debe poner en entredicho la acusación hacia Fernando el Católico de actuar sin escrúpulos en el asunto de los supuestos problemas de salud mental de su hija Juana, pactando con su yerno, Felipe el Hermoso, el ostracismo de la legítima reina de Castilla.

    No se puede considerar que Fernando II de Aragón fuese un esposo ejemplar, si bien se debe matizar que durante la Edad Media y la Edad Moderna, al realizarse los matrimonios entre los reyes de forma únicamente política, las infidelidades matrimoniales solían ser frecuentes y no demasiado mal vistas, tanto por parte de los reyes como de las reinas. No fue así el caso de Isabel I, ya que la Reina Católica amó profundamente a su esposo y sufrió terribles celos. La prole bastarda del Rey Católico se inició antes de que casase con Isabel I, pues en 1470 nació Alfonso de Aragón, el futuro arzobispo de Zaragoza y regente del reino, fruto de las relaciones entre el entonces rey de Sicilia y doña Aldonza Roig de Iborra y Alemany, dama de la nobleza catalana, natural de Cervera, que fue la amante más conocida del monarca durante la juventud de éste. Pero no fue la única, ya que de otra dama, si bien desconocida, engendró a su segunda hija bastarda, llamada Juana de Aragón, que fue entregada en 1492 como esposa a Bernardino Fernández de Velasco, conde de Haro y condestable de Castilla, recompensado con el título de duque de Frías. Además, Fernando tuvo otras amantes: una doncella bilbaína llamada doña Toda, de la que tuvo una hija llamada María, así como una dama portuguesa llamada María Pereira, en quien engendró otra hija llamada también María. En los primeros años del siglo XVI nació en Italia la última hija bastarda del monarca, Juana de Aragón, princesa de Tagliacozzo, fruto de sus relaciones con alguna dama de la nobleza napolitana. La búsqueda de intensa actividad sexual parece ser una cualidad de los varones Trastámara aragoneses, pues también fue heredada por el hijo del Rey Católico, el príncipe  Juan. Para concluir, se puede decir que el profundo amor que sintió Fernando de Aragón por Isabel de Castilla no fue óbice para que mantuviese frecuentes relaciones extramaritales, incluso en su época de senectud, cuando además estaba casado con Germana de Foix, una princesa mucho más joven que él. El apetito sexual del último monarca Trastámara en la península fue, como mínimo, tan amplio como lo fueron los territorios que cayeron bajo su gobierno y dirección.




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