La Orden del Temple: El ingreso en la Orden
No todo el mundo podía ser templario,
ni en cualquier momento. Era necesario cumplir ciertos requisitos para poder
profesar como caballero de Cristo. Para ingresar en la Orden era necesario,
tras la solicitud correspondiente, pasar por un período de prueba. En la regla
se señala que nadie podía ser admitido de manera inmediata, era necesario
profesar como novicio por algún tiempo; para ello se citaba expresamente la
frase de san Pablo «Poned a prueba el alma a ver si viene de Dios».
No se podía entrar antes de los
dieciocho años de edad, con el argumento de que quien deseara entregar a su
hijo al Temple debería educarlo «hasta que sea capaz de empuñar las armas con
vigor»; cuando ocurriera así, los padres deberían llevarlo a la casa de la
Orden. Era entonces cuando comenzaba el período de prueba, no se establece
ninguna duración concreta.
Superada esta fase, se preguntaba al
resto de hermanos si alguno de ellos tenía algún inconveniente en acoger en el seno
de la Orden al postulante; si nadie ponía objeciones, el neófito era conducido
a una estancia ubicada cerca de la sala donde se reunía el Capítulo, donde era
asistido o por «dos hombres de mérito» o por «tres de los más ancianos de la
casa», que debían indicarle lo que tenía que hacer a partir de ese momento. Esos
padrinos le preguntaban si solicitaba ingresar en el Temple y ser siervo y
esclavo de la Orden «para siempre»; si el postulante contestaba de manera
afirmativa, pasaban a explicarle los muchos sufrimientos que debería soportar a
lo largo de su vida como templario, y la obligación de abandonarlo todo. A
continuación le interrogaban por su condición y acerca de su pasado, para ver
si cumplía los requisitos para ser caballero, que eran los siguientes:
- No tener esposa o prometida.
- No haber hecho voto de promesa en
ninguna otra orden.
- No tener ninguna deuda con un seglar
que no pudiera pagar.
- Estar sano de cuerpo y no padecer
enfermedades secretas.
- No ser siervo de ningún hombre.
- No ser sacerdote.
- No estar excomulgado.
Si cumplía todos estos condicionantes,
era conducido hasta la sala del Capítulo, a presencia del maestre o de quien lo
representara. Los padrinos lo presentaban y declaraban que, tras haberlo
sometido a interrogatorio, no encontraban ningún obstáculo que impidiera su
ingreso en el Temple. El maestre se dirigía a los presentes demandando si
alguien conocía alguna traba, y si no la había preguntaba al postulante si
solicitaba el ingreso en la Orden, a lo que éste debía responder que sí deseaba
ser siervo y esclavo para siempre.
El maestre le advertía que debería
obedecer a cuanto se le ordenase, y que no se tendrían en cuenta ni sus deseos
ni sus apetencias, sino todo lo contrario, que se le enviaría a servir a la
Orden a donde no desease ir y que se le despertaría cuando durmiese o se le
ordenaría descansar cuando quisiese estar despierto. El postulante mostraba su acatamiento.
A continuación el maestre le invitaba
a salir de la sala capitular para rezar. Tras su salida, volvían a ser
preguntados los miembros del Capítulo sobre si había algún motivo de rechazo.
Se reclamaba de nuevo al postulante, que ahora debía postrarse de rodillas, con
las manos unidas, y solicitar el ingreso. Todos juntos rezaban un padrenuestro
y el maestre, o el comendador en su caso, le preguntaba si cumplía los
requisitos citados, y se le amenazaba con los siguientes castigos si no era
cierto que los reunía:
- Si se demostraba que tenía mujer,
sería despojado del hábito, encarcelado y sometido a vergüenza pública y
expulsado de la Orden para siempre.
- Si hubiera estado en otra orden
sería despojado del hábito, expulsado del Temple y devuelto a la de origen.
- Si tuviera alguna deuda, sería
despojado del hábito y entregado al acreedor.
- Si estuviera enfermo podría ser
expulsado de la Orden.
- Si se demostrara que había pagado a
alguien para entrar en el Temple sería acusado de simonía y expulsado.
- Si fuera siervo de algún hombre
sería expulsado y devuelto a su señor.
- Si se trataba de un hermano
caballero se le podía preguntar si era hijo de caballero y dama y si su padre
era del linaje de los caballeros, y si había nacido de un matrimonio legal.
Cumplido este requisito, se le exigían
los tres votos monásticos, el de obediencia al maestre y a cualquier superior,
el de castidad de por vida y el de pobreza; y además tenía que jurar los votos
como soldado de Cristo y observar las costumbres y tradiciones de la Orden,
ayudar a conquistar la Tierra Santa de Jerusalén y no actuar en contra de ningún
cristiano. El postulante pronunciaba a continuación la profesión de fe con la
siguiente fórmula:
Yo, N, estoy dispuesto a servir a la
regla de los Caballeros de Cristo y de su caballería y prometo servirla con la
ayuda de Dios por la recompensa de la vida eterna, de tal manera que a partir
de este día no permitiré que mi cuello quede libre del yugo de la regla; y para
que esta petición de mi profesión pueda ser firmemente observada, entrego este
documento escrito en la presencia de los hermanos para siempre, y con mi mano
lo pongo al pie del altar que está consagrado en honor de Dios Todopoderoso y
de la bendita Virgen María y de todos los santos. Y de ahora en adelante
prometo obediencia a Dios y a esta casa, y vivir sin propiedades, y mantener la
castidad según el precepto de nuestro señor el papa, y observar firmemente la
forma de vida de los hermanos de la casa de los Caballeros de Cristo.
A cambio de todos esos votos, al
postulante sólo le ofrecían «el pan y el agua y las modestas ropas de la casa y
mucho dolor y sufrimiento».
La ceremonia continuaba con la
imposición de los hábitos; el maestre tomaba el manto blanco con la cruz roja,
distintivo de los caballeros templarios, y lo colocaba sobre los hombros del
postulante, atándole las cintas al cuello mientras el capellán rezaba en voz
alta el salmo 132, que reza «¡Mirad qué bueno y agradable habitar juntos los
hermanos!», y una oración al Espíritu Santo para rezar después todos juntos un
padrenuestro. Un beso en la boca, emulando así el símbolo que sellaba los
contratos de vasallaje, cerraba esta fase del ritual, mientras repicaba la
campana.
Ya aceptado en la Orden con la
imposición del manto o capa y el beso, se le enumeraban las obligaciones que
debía cumplir durante su vida como templario:
- No golpear jamás a ningún cristiano,
ni tirarle del pelo, ni patearlo.
- No jurar ni por Dios, ni por la
Virgen, ni por los santos.
- No usar los servicios de una mujer,
salvo por enfermedad y con permiso, ni besar jamás a una mujer, aunque fuera la
propia madre o la hermana.
- No dirigirse a ningún hombre con
insultos ni con palabras malsonantes.
- Dormir siempre en camisa, pantalones
y calzones ceñidos con un cinturón pequeño, y no usar otra ropa que la que le
proporcionase el hermano pañero.
- Ir a la mesa del comedor sólo cuando
sonara la campana, y esperar a la bendición antes de empezar a comer.
- Acudir a la capilla en acción de
gracias una vez comido.
- Levantarse para rezar los maitines y
rezar todas las oraciones estipuladas cada día.
El protocolo de ingreso en el Temple
recoge elementos del ritual de la caballería y del vasallaje, manteniendo
fórmulas, símbolos y señales muy similares y combinando ambos en cierta
armonía. No en vano, ser templario significaba ser a la vez siervo y caballero
de Cristo.
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