Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona desde el 1104 al 1134, y Consorte de León desde el 1109 al 1115


    Nacido en 1073, fue hijo de Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona y doña Felicia de Roucy. Se crió en el monasterio de San Pedro de Siresa y recibió estudios de Gramática en el monasterio de San Salvador de Pueyo, como discípulo de don Galindo de Arbós; también fue maestro suyo Esteban, canónigo de Jaca que alcanzaría la mitra de Huesca; recibiendo la educación militar de su ayo, don Lope Garcez.

    Pronto comenzó a participar en la vida pública y a la muerte de su hermano Fernando asumió el gobierno de las tierras que habían sido entregadas en dote a su madre en Ribagorza. El infante Alfonso gobernó en esta época las plazas de Ardenes, Buil, Luna y Bailo.

    En 1094 murió Sancho Ramírez I sucediéndole su primogénito Pedro I. El infante Alfonso fue encargado de misiones militares de cierta importancia durante ambos reinados, como el asedio de Huesca en tiempos de su padre, donde comandó la vanguardia de las tropas aragonesas en la batalla de Alcoraz; también participó en la batalla de Bairen, junto con el Cid y su hermano Pedro. Pero en 1104 murió Pedro I sin descendencia, lo que trajo a Alfonso, como primogénito del segundo matrimonio de Sancho Ramírez I, la herencia de los reinos de Aragón y Navarra.

    Alfonso I pasó de una actitud defensiva a desarrollar una política de conquista y ensanchamiento del reino. También heredó una constante guerra con el reino moro de Zaragoza y una política encaminada a conquistar Lleida y, a largo plazo, Valencia. Aunque tras la conquista de Barbastro no había habido grandes batallas entre ambos reinos, las escaramuzas en las zonas fronterizas eran continuas por parte de los dos bandos. En 1101 el papa Pascual II había predicado una cruzada contra Zaragoza, que fue liderada por Pedro I. Alfonso I continuó con la política heredada y siguió hostigando al reino hudí. En 1105 firmó acuerdos con Pedro Ansúrez, regente de Armengol VI de Urgel, para acometer la toma de Balaguer; junto con el conde de Barcelona, aunque no ha quedado noticia de que ninguno de los dos participara en la conquista de la ciudad, consumada en 1105. Ejea de los Caballeros cayó aquel mismo año, en una campaña en que el rey dirigió personalmente las tropas y a punto estuvo de perder la vida. Fue rescatado en la batalla por un caballero extranjero, Cic de Flandes. Tamarite y San Esteban de Litera capitularon en 1107. Sin embargo las principales ambiciones del monarca aragonés se dirigían a Zaragoza y Tudela, alrededor de las cuales fue afianzando una serie de plazas para mantener un hostigamiento continuo: frente a Zaragoza, el Castellar y Juslibol; frente a Tudela, Arguedas, Milagro y el Pueyo de Sancho.

    Alfonso recibió en 1108 por parte de Bertrán de Tolosa las ciudades de Narbona, Beziers, Agde, Rodez y Tolosa junto con su condado, en el sur de Francia, para que protegiera sus estados mientras él marchaba a Tierra Santa, Alfonso I no llegó nunca a ejercer ningún control efectivo sobre estos territorios, que permanecieron bajo el gobierno de Alfonso Jordán, hermano de Bertrán.

    Ahmed al-Mustasin conquistó plazas frente a Zaragoza: Zaidín, Ontiñena y Sariñena y aquel mismo año, lanzó una campaña contra la villa de Olite (Navarra), saldada con la entrega de rehenes y dinero por los cristianos. Durante su retirada, el ejército musulmán fue perseguido y alcanzado en Valtierra, donde el ejército aragonés presentó batalla y venció, dando muerte a su rey. Alfonso que se encontraba en Galicia en guerra contra el conde de Traba, cuando supo de la muerte de al-Mustasin regresó a Aragón y pactó con su sucesor, Abd al-Malik imad al-Dawia, que le ofreció la fortaleza de Tudela a cambio de que el Batallador atacase Zaragoza, entregada al emir almorávide de Valencia, Ibn Hayy. A principios de julio Alfonso I, atacó en dos frentes al ejército de Ibn Hayy, a cuyo hijo mataron en la batalla. En agosto Alfonso recibió la ayuda de su esposa, que envió un ejército para reforzar las tropas aragonesas. La plaza no fue tomada de momento, porque en octubre los reyes debieron marchar a resolver los asuntos de Castilla.

    En 1109 murió Alfonso VI, rey de León y de Castilla y la heredera, su hija doña Urraca, viuda del conde Raimundo de Borgoña, no había dado muestras de tener dotes de gobierno, por lo que rápidamente se le buscó un rey-marido para que gobernase el reino. Una facción castellana, secundada por los eclesiásticos al frente de Bernardo, arzobispo de Toledo, propuso como candidato a Alfonso de Aragón y fue la opinión triunfante, frente a la de la nobleza, que propuso como candidato al conde don Gómez González. Los esponsales se celebraron en otoño de 1109, en el castillo de Muñó, cerca de Burgos. En el contrato matrimonial se estableció que doña Urraca recibiría el vasallaje de los aragoneses y que don Alfonso recibiría en compensación los reinos de Castilla y León, heredados de Alfonso VI; en caso de que muriese el rey aragonés, su reino pasaría a doña Urraca; en el caso contrario sería don Alfonso el que reinase en Castilla, pero sería sucedido por Alfonso Raimúndez, hijo del primer matrimonio de doña Urraca.


    En Galicia, los derechos de Alfonso Raimúndez eran defendidos por don Pedro Froilaz, conde de Traba, su tutor, en colaboración con Diego Gelmírez, obispo de Compostela y hábil político. Apelaron a la postrera decisión de Alfonso VI de dejar el reino a su nieto en caso de que su hija casase en segundas nupcias. Además la boda había dejado descontentos a los condes de Portugal, doña Teresa y don Enrique de Borgoña, que durante la vida de Raimundo de Borgoña habían pensado llegar a participar algún día de la herencia de Alfonso VI. El matrimonio fue un absoluto fracaso desde el principio y pronto surgieron las primeras desavenencias, iniciando una lista de rupturas y reconciliaciones alternando alianzas y luchas entre ellos. En 1109 Alfonso acudió con su esposa a Galicia para sofocar una rebelión iniciada por el conde de Traba, que buscó el juramento de fidelidad a Alfonso Raimúndez por parte de la nobleza. El Batallador, contando con el apoyo de la ciudad de Lugo y el señor de Deza, Pedro Arias, invadió Galicia, destruyó el castillo de Monterroso y ocupó las tierras del conde, que tuvo que huir con el infante. La campaña aragonesa fue muy violenta y doña Urraca, reina de Galicia, rompió con su marido. Alfonso continuó con la pacificación de Galicia, mientras que doña Urraca volvió a León. Cuando en 1110 Alfonso se alió con el rey taifa de Zaragoza para luchar contra los almorávides, doña Urraca, aconsejada por el conde Pedro Ansúrez, envió un ejército para socorrer a su marido, restableciendo la paz matrimonial y dando lugar al fin de la primera separación de los esposos.

    Tras la reconciliación se trató de llevar a la práctica la cláusula del contrato matrimonial que permitía a cada uno de los cónyuges reinar en el reino del otro. Don Alfonso recibió homenaje de los señores de Castilla y León, mientras que doña Urraca viajó a Aragón para recibirlo de los señores aragoneses. También consiguió el monarca aragonés la adhesión de los burgueses de todo el reino, que, secundando una revuelta de los burgueses de Sahagún contra la nobleza que les obligaba a pagar impuestos, se pasaron al partido de el Batallador. Pero el rey debió marchar a Aragón, donde su esposa había cometido ciertas arbitrariedades y había desbaratado la política alfonsina de intervención en los asuntos musulmanes como paso previo para la conquista de Zaragoza. Tras una gran disputa, doña Urraca fue encerrada en la fortaleza de El Castellar. Por supuesto, este acto implicó una nueva ruptura entre los esposos. Doña Urraca permaneció poco en prisión; con la ayuda de sus favoritos logró escapar de la fortaleza y regresó a Castilla, mientras que el rey enfermaba en el castillo del Milagro.

    El apoyo a Alfonso por parte de la nobleza y los burgueses de Castilla y León, dejó a doña Urraca políticamente aislada y ésta invocó los derechos de Alfonso Raimúndez para oponerse a su marido y pidió ayuda al conde de Traba. Pero cuando éste viajaba hacia León para hacer coronar a su pupilo recibió noticia de una nueva reconciliación de los reyes. En efecto, Alfonso viajó a Toledo en abril de 1111 y ordenó el destierro del arzobispo Bernardo, principal defensor de la nulidad del matrimonio. Con esto don Alfonso quiso poner freno a las ambiciones de Enrique de Portugal, que aspiraba al reparto de la herencia de Alfonso VI. A mediados de año el rey conquistó Palencia y Sahagún, lo que causó la reacción de los condes de Portugal, que atacaron Castilla y llegaron a cercar a los reyes en Carrión, aunque el sitio de la plaza fue breve y pronto don Enrique regresó a Portugal.

    Alfonso desconocía el hecho de que doña Urraca, buscando el apoyo del obispo de Compostela, Diego Gelmírez, había ofrecido el trono de Galicia a Alfonso Raimúndez. Éste apresuró la coronación del infante, el 17 de septiembre de 1111. Cuando la comitiva viajaba a León para poner al coronado niño en manos de su madre, Alfonso I les interceptó en Viandangos y les derrotó, aunque Gelmírez logró escapar y entregar el niño a su madre, que se refugió en Monzón. El rey aragonés también atacó la plaza.

    La coronación de Alfonso Raimúndez como rey de Galicia abrió una brecha insalvable entre el matrimonio. Alfonso se fue preparando para la guerra, mientras que la reina conseguía del obispo de Compostela dinero para preparar sus ejércitos. Alfonso desarrolló una política agresiva contra el alto clero y a finales de 1111 apresó a los obispos de Palencia, Orense y Osma y sustituyó al abad de Sahagún por su hermano Ramiro. El núcleo principal del ejército del rey estaba compuesto por las milicias burguesas de Nájera, Zamora, León, Sahagún y otras ciudades. Con esas tropas asedió la ciudad de Astorga, pero la derrota de los refuerzos de caballería enviados desde Aragón hizo imposible conquistar la ciudad. El rey se vio obligado a refugiarse en Carrión, y allí fue asediado por la reina durante algún tiempo.

    Este estado de cosas causó la anarquía en Castilla y en 1111 y 1112 bandas incontroladas asolaban los campos. Los burgueses y la nobleza gestionaron la reconciliación del matrimonio, pero establecieron un contrato de condiciones muy vagas que permitía a burgueses y nobles tomar parte por uno u otro cónyuge si ellos disputaban. El hecho es que en 1113 reaparecieron los enfrentamientos entre leales a el Batallador y fieles a la reina. Doña Urraca había perdido todos sus apoyos y, de nuevo, pidió ayuda al obispo Gelmírez para expulsar a los aragoneses y hacer valer los derechos de Alfonso Raimúndez. El rey propuso entonces una nueva reconciliación con su esposa, bien acogido por los burgueses y la nobleza, que veían en Alfonso un seguro de estabilidad, frente a la debilidad de la reina. Pero también existieron facciones descontentas con la unión: el obispo Gelmírez y doña Teresa de Portugal, que aspiraba a la independencia en sus estados. Ésta hizo creer a don Alfonso que su esposa, cuyos amores con don Pedro de Lara no eran ningún secreto, pensaba envenenarle con hierbas, el rey repudió a su esposa, presionado por los obispos. El 18 de octubre de 1114 el matrimonio fue declarado nulo por consanguinidad en un sínodo episcopal en León y se amenazó a los reyes con la excomunión si volvían a unirse. Urraca marchó a Soria y, una vez en Castilla, recibió los castillos que muchos vasallos habían tenido por Alfonso I, considerándola su señora natural. Entonces Pedro Ansúrez fue a ver a el Batallador, ofreciéndole su vida por haber entregado a doña Urraca las tierras por las que había prestado vasallaje a Alfonso; el rey, cuya primera reacción fue castigar al felón, perdonó al conde don Pedro por su fidelidad a la reina y a aquel a quien había hecho homenaje. En todo caso, la mayor parte de Castilla quedó bajo la influencia de el Batallador, que siguió durante un tiempo titulándose rey de Castilla y doña Urraca, que seguía sin contar con los suficientes apoyos, se vio obligada en adelante a luchar contra Gelmírez o contra su propio hijo para conservar sus derechos sobre León y Galicia.


    Alfonso se dedicó más a los asuntos aragoneses sin descuidar sus negocios en Castilla. En 1119 participó en la restauración eclesiástica de Segovia en Pedraza, cuyo primer obispo, Pedro, fue ordenado un año después. De 1120 data una paz firmada por los esposos, que implica que hubo enfrentamientos previos, aunque se desconoce dónde o por qué motivo. Además el rey aragonés siguió adelantando la frontera castellana con la conquista de poblaciones como Tardajos (Burgos) y Salas o la cuenca del río Tera, afluente del Duero. Dio fueros a Soria y a otras ciudades reconquistadas y creó el obispado de Sigüenza. Se acercó a Bernardo, arzobispo de Toledo, distanciando su política de la de Gelmírez de Compostela. Alfonso I seguía interesado en la conquista de Zaragoza. La ciudad había sido ocupada en 1110 por los almorávides y el monarca aragonés siguió manteniendo relaciones con Imad al-Dawla, alentando el enfrentamiento entre los musulmanes africanos y los musulmanes de al-Ándalus. Incluso acudió en ayuda del descendiente de al-Mustasin cuando los almorávides trataron de tomar Calatayud. Alfonso envió un ejército que logró desbaratar el sitio de la ciudad.

    A partir de julio de 1117 el rey hizo acopio de medios para consumar la conquista. Buscó ayuda extranjera y la encontró en un concilio celebrado en Toulouse en 1118, donde la expedición contra Zaragoza alcanzó los honores de cruzada. Se desarrolló una política propagandística en la que tuvo gran importancia Esteban, obispo de Huesca. Un gran contingente francés cruzó los Pirineos y tomó el camino de Zaragoza, conquistando a su paso las ciudades de Sariñena, Salcey, Robres y Zuera. Los cruzados comenzaron el sitio de Zaragoza el 22 de mayo de 1118, Alfonso I, que se encontraba en Castilla, se unió al cerco de la ciudad a principios de junio, arreciando los ataques cristianos. El plan era rendir la plaza por hambre y evitar que los zaragozanos se aprovisionaran. La ayuda les vino a los musulmanes de parte de Abd Allah ibn Mazdali, gobernador de Granada, que logró una fulminante victoria en Tarazona sobre un destacamento cristiano enviado para detenerle. Ibn Mazdali se hizo fuerte en Tudela y desde allí llegó a Zaragoza a principios de septiembre. Durante el verano el hambre había causado un gran número de deserciones en el ejército cristiano. El obispo Esteban de Huesca puso a disposición de los cruzados los bienes de su iglesia para evitar la deserción masiva, acto que más tarde fue premiado por el rey con la entrega a Esteban de las iglesias de las Santas Masas, San Gil de Zaragoza y varias parroquias. La muerte de Ibn Mazdali hacia noviembre hizo que Alfonso intensificara el asedio sobre una Zaragoza que se había quedado sin líder que la defendiera y en la que cundía el hambre. Los sitiados solicitaron a el Batallador que les concediera una tregua para encontrar refuerzos y poder seguir defendiendo la ciudad. Se desconoce cuánto tiempo dio Alfonso I a los zaragozanos para entregar la plaza, pero el 18 de diciembre de 1118, después de que el Batallador hubiese derrotado a un ejército almorávide, Zaragoza capituló, probablemente antes de que expirase el plazo de entrega de la ciudad. El día 19 tomó posesión del gobierno de Zaragoza. El rey nombró gobernador de la ciudad a Gastón de Bearn, que había desarrollado un papel muy activo durante el asedio. Alfonso I ofreció a Zaragoza unas condiciones de capitulación benevolentes, siguiendo una política iniciada por el Cid en la toma de Valencia: permitió a los musulmanes quedarse si lo deseaban, bajo los mismos impuestos a los que ya estaban sujetos y con la garantía de que podrían mantener sus bienes; podrían conservar sus autoridades y leyes y tendrían la oportunidad de marchar a tierra de moros si lo deseaban; se reglamentó además para las causas que implicasen a cristianos y musulmanes.

    Tras la toma de Zaragoza Alfonso emprendió la conquista del resto de las plazas almorávides dispersas en el valle del Ebro. Tudela capituló el 25 de febrero de 1119 y sobre ella se aplicaron las mismas condiciones de capitulación que sobre Zaragoza; concedió además a los judíos el mismo fuero que Nájera para que volvieran a habitarla. Dejó el gobierno de la ciudad a Aznar Aznárez, señor de Funes, y a Fortún Garcés Cajal, señor de Nájera. Tarazona se rindió aquel mismo año y al siguiente Calatayud. Alfonso el Batallador derrotó a un ejército almorávide reclutado por el emperador almorávide, Alí, en el que participaron tropas de todos los gobernadores de las regiones de al-Ándalus. El rey aragonés contó con la ayuda de Imad al-Dawla y de un contingente de cruzados franceses al mando del duque Guillermo IX de Aquitania. Tras la conquista de Calatayud cayó Daroca. Con el dominio de Monreal del Campo y Singra se abrió el camino hacia Valencia. Borja no se entregó hasta 1124. La conquista de Lleida no pudo llevarse a cabo porque su gobernador se colocó bajo la protección del conde de Barcelona, pero en 1123 Alfonso hizo un intento de conquistar la ciudad. Un año después los almorávides reforzaron su frente por ese sector y vencieron en Corbins a Ramón Berenguer III, conde de Barcelona.

    Pero Alfonso I quería que estas conquistas se convirtiesen en permanentes y no fuesen recuperadas en un nuevo ataque almorávide. Para ello hizo un refuerzo de las fronteras y estableció en Beltiche una pequeña Cofradía organizada al modo de las Órdenes Militares. El rey concedió unos estatutos extraordinarios, que permitían a quien se alistase sustraerse del servicio del rey contra los cristianos, además de conservar todo aquel botín o tierra conquistado a los moros. Los cofrades gozaron de un régimen jurídico especial y sólo podían ser juzgados por el tribunal de la propia Cofradía. En el orden eclesiástico se dividían en perpetuos y temporales, a los que se otorgaban distintos tipos de indulgencias según el tiempo de servicio. También se establecieron indulgencias a los que colaboraran pecuniariamente con la Cofradía y para quienes hiciesen propaganda de la Hermandad o recogiesen limosnas para ella.

    Una de las tareas más importantes que realizó Alfonso el Batallador durante su reinado fue el de repoblar las tierras recién conquistadas. Para ello se sirvió tanto de castellanos como de gascones y en las ciudades favoreció el asentamiento de los francos, con la concesión de fueros especiales. Esta política obedecía al motivo de que Alfonso necesitaba asentar poblaciones cristianas en las grandes ciudades reconquistadas, especialmente en Zaragoza y Tudela, cuyos pobladores musulmanes fueron confinados en los arrabales. Pero además, estos grandes señores venidos de Francia, espontáneamente o invitados por el rey, tenían huestes que pusieron al servicio del rey aragonés y que éste usó para lanzarse contra el Islam.

    A finales de 1124 Alfonso I ordenó una expedición contra Peña Cadiella, un castillo que defendía el paso natural entre la huerta de Valencia y Alicante. El objetivo era controlar ese importante itinerario para asegurar las posteriores incursiones en Valencia y Murcia. En la expedición participaron un gran número de caballeros francos y normandos, junto a los aragoneses. Tras reforzar las defensas de la fortaleza quedó a su cuidado la Cofradía de Belchite. Alrededor de aquel año, Alfonso constituyó otra Cofradía similar a la de Belchite en Monreal. Fue constituida con el consejo de Gastón de Bearn y tanto su objetivo como sus estatutos eran los mismos que los de su antecesora. El rey ingresó en la milicia de Monreal como un caballero más.

    En 1125 Alfonso, que había mantenido correspondencia con los mozárabes de Granada en la que ellos le ofrecían la ciudad, preparó la conquista de Granada, donde quiso crear un estado cristiano apoyado por los mozárabes. Reclutó 5.000 caballeros y 15.000 infantes y partió de Aragón a finales de septiembre, llegando a Valencia el 20 de octubre. Le acompañaban Gastón de Bearn y los obispos de Zaragoza, Roda y Huesca. Por el camino hacia Granada se les fueron uniendo nuevas tropas cristianas y mantuvieron algunas escaramuzas contra contingentes almorávides. Entre octubre y finales de año el ejército se fue desplazando, atacando en su itinerario Denia, Baza y Guadix y llegando a Granada el 7 de enero de 1126. Este ejército, según algunas crónicas, superaba los 40.000 guerreros. Para entonces la noticia de su llegada ya era conocida en el país y el gobernador de Granada, Abú-l-Tahir, solicitó refuerzos de África. Alfonso se instaló en la aldea de Nivar, pero la conquista de la ciudad fue imposible, a pesar de que los mozárabes, cerca de 10.000, habían pasado a engrosar las filas de su ejército. El Batallador arrasó entonces las tierras de Granada y Córdoba, pero fue interceptado el 10 de marzo por el ejército almorávide venido de Sevilla, al mando de Abú Bakr, en Arnisol (actual Arzul). El factor sorpresa dio ventaja a los musulmanes, hasta que Alfonso reordenó sus huestes en cuatro cuerpos de ejército, que destrozaron a las dispersas tropas musulmanas. Después de la victoria Alfonso volvió a intentar la toma de Granada y situó su cuartel en la aldea de Alhedin. Fue en ese momento cuando llegaron a Granada tropas africanas desde Fez y desde Mequínez, que atosigaron al ejército invasor hasta que a finales de junio lo hicieron regresar a su reino.

    Al morir doña Urraca en marzo de 1126, Alfonso Raimúndez fue proclamado rey de Castilla. Alfonso I estaba ocupado en la campaña contra Granada y además había asuntos en Aragón que requerían su atención de manera mucho más urgente que el cambio de monarca en Castilla. Sin embargo las fortalezas que Aragón conservaba en territorio castellano amenazaban con pasarse al bando de Alfonso VII y en abril el castillo de Burgos fue conquistado por tropas castellanas. El Batallador se avino a negociar con el nuevo rey de Castilla. El encuentro entre ambos monarcas se produjo en el valle de Támara y Alfonso I consintió en entregar a Alfonso VII cuantas fortalezas eran tenidas en su nombre en el territorio de Castilla y León. A cambio el aragonés consiguió recuperar las tierras conquistadas por Castilla en la frontera navarra durante el siglo XI, devolviendo el reino de Navarra a los límites de la época de Sancho III el Mayor. En la devolución de los territorios se plantearon problemas derivados de la repoblación de los mismos; por ejemplo, la sede de Sigüenza había sido dotada por Alfonso I con tierras pertenecientes a Aragón y ahora quedaba bajo la soberanía castellana.

    Alfonso siguió preparando la ruta hacia Valencia y reforzó la frontera con Castilla, pero tuvo roces con Alfonso VII, rey de León al tratar de repoblar Almazán. Tras conquistar Molina en diciembre de 1118 repobló las ciudades fronterizas con Valencia y las dotó con fueros de frontera. En primavera del año siguiente inició la expedición. El emir de Valencia, Alí ibn Yusuf, conocidos los planes del aragonés reforzó su ejército. En junio, Alfonso tomó los castillos de Liria y Villamarchante; en julio derrotó a un ejército musulmán en Cullera. Valencia, sin embargo, no fue conquistada y Alfonso regresó a Navarra antes de septiembre de 1129. Viajó al valle de Arán, territorio en el que de hecho reinaba desde 1108. Durante su estancia en el valle recibió noticias de las muertes de Esteban, obispo de Huesca, y Gastón de Bearn, señor de Zaragoza. En 1130 Alfonso I acometió la toma de Bayona, hecho que le ocupó durante un año.

    La corte aragonesa se estructuraba como un consejo militar formado por un grupo de barones, algunos medio monjes, e incluso algunos obispos, que tomaban parte en las operaciones bélicas. Los servicios de estos señores fueron premiados con lotes de tierras. En el plano eclesiástico Alfonso I se puso de parte del obispo Esteban de Huesca, al que le unió una gran amistad, y se enfrentó a los obispos Ramón de Roda y Pedro de Pamplona, representantes de una tendencia cluniacense que terminaron por abandonar el reino. Pedro lo hizo hacia 1115 y fue sucedido por Guillermo, que, hasta 1122, mantuvo una intensa colaboración con el monarca aragonés, poniendo sus tropas a su servicio en la conquista de Zaragoza. En Castilla, Alfonso I se enfrentó al arzobispo Bernardo de Toledo, sobre todo por lo referente a su matrimonio con doña Urraca. En Galicia Diego Gelmírez fue un acérrimo enemigo de el Batallador y tomó partido por Alfonso Raimúndez.

    Uno de los mayores retos a que se enfrentó Alfonso I fue el de repoblar las tierras conquistadas. Entre 1117 y 1122 el monarca aragonés duplicó la extensión de su reino. El primer dato que llama la atención es que el Batallador, una vez conquistadas las ciudades, permitía a los musulmanes que las habitaban permanecer en ellas, con unas condiciones muy favorables, fomentó la instalación en esas ciudades a francos y mozárabes, además de hombres de todos los reinos cristianos. Esta mezcla de población trajo consigo los problemas derivados de la convivencia entre determinadas nacionalidades como francos y navarros en Pamplona. El rey trató de solventar este inconveniente mediante el otorgamiento de fueros que igualaban a todos desde el punto de vista jurídico, independientemente de su credo o nacionalidad. Alfonso I usó estas medidas para la inmediata repoblación de las ciudades conquistadas, pero cuando esta población se fue asentando, el rey buscó que esas ciudades contaran con mayoría cristiana y otorgó fueros, como el de Calatayud, destinados a atraer cristianos mediante ventajosas condiciones, que no descuidaban, sin embargo, la buena convivencia con judíos y musulmanes.

    Tortosa era una plaza deseada por Alfonso, su posesión facilitaría la salida hacia el mar e interrumpiría las comunicaciones de Fraga y Lleida, avanzadas almorávides en territorio cristiano, con al-Ándalus, facilitando su posterior conquista. A su vez era también ambicionada por el conde de Barcelona, que consiguió de su emir, Alí ibn Yusuf, el pago de parias. Desde noviembre de 1132 Alfonso I hizo preparativos para la toma de Tortosa, como respuesta a que las riberas del Ebro se habían visto amenazadas años anteriores y algunas plazas aragonesas habían sido reconquistadas por los moros de Lleida. Incluyó en los preparativos la construcción de barcos para el abastecimiento fluvial de las tropas y la mejora de las comunicaciones. En 1133 Alfonso conquistó Mequinenza y estableció su cuartel en la plaza. Tras hacer fortificar la orilla derecha del Ebro, avanzó por la izquierda hasta Fraga, en cuyo sitio se encontraba el rey desde el mes de agosto. Las peculiaridades de la plaza la hacían fácilmente defendible, por lo que el rey dirigió sus objetivos a dificultar su abastecimiento desde Lleida a través del Ebro y desde Valencia y Murcia. En cambio el Batallador utilizó todos los medios militares de los que pudo disponer y convocó a los principales caudillos y eclesiásticos del reino, que acudieron junto con contingentes extranjeros, principalmente francos. El asedio de la plaza, que se trató de ganar por hambre, fue largo y tedioso y muchos de los caballeros que en ella participaron hicieron testamento, conscientes de la dureza de la empresa. Pero el 17 de julio de 1134 un ataque sorpresa de los sitiados y refuerzos cordobeses consiguió desbaratar el ejército cristiano, causando una enorme matanza de la que logró escapar el rey gracias a la fidelidad de una escolta de cincuenta caballeros, de los que la mayoría perecieron.

    La siguiente noticia que se tiene del rey tras derrota es que el día 11 de agosto se encontraba en Alfajarín, cerca de Zaragoza, haciendo unas donaciones y el mismo mes se hallaba sitiando la granja de Lizana. En septiembre enfermó y murió, casi con certeza, en la aldea de Poleñino, entre Sariñena y Grañén. Fue enterrado en el monasterio de Montearagón, cerca de Huesca.

    Alfonso I de Aragón hizo testamento mientras se encontraba en el sitio de Bayona, en octubre de 1031. Su testamento, un auténtico retrato moral, estuvo acorde con el espíritu de Cruzada que demostró durante su reinado: cedió su reino a las tres Órdenes Militares de Oriente: el Temple, el Hospital y el Santo Sepulcro. Su voluntad se dio a conocer aquel mismo año y todos los jefes militares juraron el testamento del rey. Sin embargo, tras la muerte de Alfonso la nobleza del país proclamó rey inmediatamente a su hermano Ramiro II. No supuso ningún inconveniente el hecho de que Ramiro fuese obispo de Roda, e incluso ostentó por un tiempo el título de "Rey de los aragoneses y Obspo de Roda y de Barbastro".


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